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Actualizado: 7 de junio de 2025
Colocó el vaso en la alacena, sobre una tabla muy alta a la cual no se podía llegar sino subiéndose a una silla; y, sin perder tiempo, echó algunas gotas de aquel líquido envenenado en el agua de la enferma, después de prometerse repetir las operación todos los días, matar lentamente a su ama y merecer, a pesar del pequeño aparato, los beneficios de la señora Chermidy.
El cura se había acercado efectivamente á una alacena, riendo mientras la abría. Dispense usted, señor cura; no puedo tomar nada en este momento. Nada, nada... aquí no hay dispensas que valgan... Ustedes los jóvenes necesitan nutrirse para tener un poco sosegados esos nervios... ¡esos nervios!... Señor cura, por Dios me dispense, me es imposible...
Hice lo que me mandaba, y fue sacando de la alacena, además de los legajos, tres pares de candelabros de plata, varios cubiertos y una bandeja del mismo metal, y un rimero de porquerías, entre ellas más de seis libras de polvos de salvadera envueltos en un papel de estraza, y una jarra blanca como de media azumbre, con un paluco adentro.
El conserje del Caballista, andaba como loco buscando la llave de lo que pomposamente se titulaba biblioteca en los estatutos de la sociedad: un armario oculto en el rincón más oscuro de la casa, menguado como alacena de pobre, mostrando al través de sus cristales empolvados y telarañosos, unas cuantas docenas de libros, que nadie había abierto.
Palabra del Dia
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