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Actualizado: 7 de junio de 2025
De una pequeña alacena sacó una vieja linterna herrumbrosa, y la encendió cuidadosamente, mientras nosotros dos la mirábamos llenos de interés y faltos de aliento. Después echó llave a la puerta y la aseguró con una barra de hierro, cerró los postigos de la ventana, y quedamos en tinieblas. ¿Iríamos a ver acaso alguna ilusión sobrenatural?
Nada, que no parece; hemos perdido la llave del armario o de la alacena... y aquí me tienes muerta de hambre. A ver, a ver, dame algo, socarrona; o meriendo, o me caigo de hambre. Dos veces a la semana se jugaba en su casa a la lotería o a la aduana. Se dejaba un fondo para una merienda en el campo; se nombraba una comisión para que lo preparase todo.
Pero, alma de Dios me dijo por último razonamiento , ¿no te has enterado de que son inútiles ya en mi llavero? ¿No has visto que ni para mover las tablucas desclavadas de la alacena me quedan fuerzas ya? ¿Cómo, sin dar cuarto al pregonero, he de componerme para llegar con las manos a lo que hay dentro de la caja? ¿No lo consideras?
El cura se levantó, fué otra vez á la alacena y sacó de ella una copa extraordinariamente sucia. Después de haberla mirado al trasluz, fué á lavarla á la jofaina con el mayor sosiego. Octavio bebió una copa del vino de misa mayor, y, en efecto, no le apagó la sed: La impaciencia y la rabia ayudaban también á abrasarle las entrañas. Pues, como iba diciendo, tiene usted razón, señorito.
Por lo pronto, repara bien lo que yo vaya jaciendo, y ten la caridad de ayudarme cuando te lo pida. Dicho lo cual, se dirigió a la alacena que estaba cerca de la ventana y en la misma pared, y la abrió con una de las llaves encadenadas en un llavero que sacó, pujando mucho, de un bolsillo interior de su chaleco. La alacena era de poco fondo, y no tenía más que una balda a la mitad de su altura.
Su antigua naturaleza afirmábase de nuevo en su descendencia. Licurgo huroneaba a deshora en la alacena, y Arístides venía de la escuela a casa sin zapatos, dejando tan importantes artículos en el umbral para tener el placer de hacer un viaje por el légamo de las zanjas a pies desnudos. Octavia y Casandra eran descuidadas en sus vestidos.
Esta caja me decía mi tío mientras me revelaba prácticamente el secreto de su cerradura, bien fácil de aprender, después de explicado , la discurrió y la jizo un jerreru de aquí, muy amañante y de mucha idea, y se la regaló a mi padre; y para ella se abrió, tiempo andando, esta alacena en este morio, que no baja de cuatro pies de macizo.
¿Ha visto usted la inquina que tiene la india conmigo? exclamó Agapo, sentándose en el borde de una silla, a la vez que echaba hambrienta mirada a la alacena. La señora tenía dos ruedecitas de patata sobre las sienes, y con su semblante fatigado mostraba a las claras padecer fuerte neuralgia. Tengo un dolor de cabeza... dijo ella, llevando una mano a la frente.
Hablaba hasta por los codos, y siempre eran las desdichas ajenas las que le arrancaban los mayores lamentos. A Pito Salces se le hallaba indefectiblemente a los alcances del roce con Tona en sus manipuleos de cocinera diligente: hacia el rabo de la sartén, por ejemplo, y en los linderos del camino más trillado entre el fogón y la alacena del aceite y las especias.
Me asomé a una ventana abierta en la pared del Este junto a una alacena, y vi lo que ya me había imaginado: el peñascal negro, jaspeado de grietas con vegetaciones silvestres y separado de la casa por un callejón pendiente, de lastras resbaladizas. Al volver al comedor por la salona, halléme con mi tío que entraba en él por la puerta de enfrente. Llegaba fatigoso y se apoyaba en un bastón.
Palabra del Dia
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