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Actualizado: 7 de junio de 2025


Y, por último, en una alcobita que apenas se descubría, por hallarse la pequeña puerta casi tapada del todo por una cortina de bayeta verde, estaba la cama del buen religioso. La alacena de donde éste sacó el vino y que era bastante capaz, servía de bodega, ropero, despensa, caja ó tesoro y biblioteca á la vez. Todo, aunque pobre, parecía muy aseado.

Sacado éste al fin, después de quitado el estorbo de los cuatro listones, y vencida la dificultad, no pequeña, de correr los pasadores oxidados, apareció un bulto negro en las entrañas de la pared. Jala de eso pa-cá, arrastrándolo me dijo mi tío señalándome el bulto con la mano por encima de mis hombros medio embutidos en la alacena.

Aguardando, pues, una revelación importante, quiso tomar aliento haciendo una pausa, y trató de solemnizar la revelación yendo á una alacena, que no estaba lejos, y sacando de ella una limeta de vino y dos cañas, que puso sobre la mesa, llenándolas hasta el borde. Este vino no tiene aguardiente, ni botica, ni composición de ninguna clase dijo el padre al Comendador. Es puro, limpio y sin mácula.

Fue sólo después de llevarla a la casa y de haber procedido al lavatorio necesario que se acordó de la necesidad de castigar «para que la niña se acordara». La idea de que podía escapar de nuevo y hacerse daño lo impulsó a realizar un acto extraordinario y por primera vez se determinó a recurrir a la carbonera, pequeña alacena situada junto al hogar.

Con esto, la buena anciana se levantó y guardó en una alacena el plato que Dolores había servido al lego, diciéndole: Aquí se lo guardo a usted para mañana, hermano Gabriel. Concluida la cena dieron gracias, quitándose los hombres los sombreros que siempre conservan puestos dentro de casa. Después del padrenuestro, dijo la tía María: Bendito sea el Señor, que nos da de comer sin merecerlo. Amén.

La noche era horrible: los vidrios rajados o mal juntos dejaban paso al frío por roturas y resquicios: no había rescoldo en el fogón, ni cisco en el brasero, ni provisiones en la alacena, ni casi ropas en las camas, porque el carbonero ya no fiaba, ni el tendero se compadecía, ni el prestamista devolvía las mantas sin que le pagasen lo estipulado; y los pequeñuelos lloraban y los mayorcitos pedían pan, mientras los padres se miraban silenciosa y desesperadamente, ya pronto el hombre a toda maldad y dispuesta la mujer a todo sacrificio.

Se le sentían los ímpetus de su amor corriéndole hasta por los brazos inconmensurables, como el agua de lluvia por las mangas de un tejado; reviraba los ojos hacia Tona, y se devanaba a propio, como en un ovillo, cuando la jampuda moza se acurrucaba delante de él o le tocaba al pasar hacia la alacena.

La hacía con agallas y caparrosa, y la revolvía dentro de la jarra con ese paluco, que es de higar, porque de otra madera no sirve: saca la tinta mal color. Después de desocupada la alacena, me mandó mi tío que sacara la balda tirando hacia . Saqué la balda, que era pesada y de castaño, como todo el interior de la alacena.

Después tornó á la alacena y fué sacando con calma y poniendo sobre la mesa un gran pedazo de salchichón, dos bollos de pan y una botella de vino. Octavio le dejó hacer, mirando todo aquel aparato con ojos resignados. Comprendió que el cura no escucharía una palabra si antes no tomaba algo.

Lo escuché yo mesma, yendo a buscar un manto, el domingo pasado, ya de noche. Dilo todo, date prisa. Al entrar unas voces que parecían salir de una alacena; pero, como yo no temo a los duendes, la abrí para ver lo que era. Vacía lo estaba; pero las voces se escuchaban como si fuesen en la mesma cuadra y eran en la de al lado, e decían lo que ya dejo expresado a vuestra merced.

Palabra del Dia

lanterna

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