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En la parte donde no llegaba el agua se amontonaban excrementos de pájaros, huesos de gaviotas y plumas; cerca de la proa, desencuadernada, deshecha y humedecida por la marea, las tablas se hallaban cubiertas de algas y de fucos y resbaladizas como una cucaña.

No se transforma únicamente la montaña en llanura por las erosiones que le hacen sufrir lluvias, heladas, nieves resbaladizas y aludes; también considerables fragmentos se desgarran violentamente para hundirse de pronto.

En torno, gente que pasaba mirándoles de reojo y barruntando trapicheo; algún chico parado, con los libros sujetos entre las piernas, ocupados dientes y manos en el aceitoso buñuelo; al fondo, los soportales de la Plaza esfumados en la neblina temprana; las mulas del tranvía despidiendo del cuerpo nubes de vaho; la atmósfera húmeda, impregnada del olor al café que un mancebo tostaba ante una tienda; el ambiente sucio, como si en él se condensaran los soeces ternos y tacos de los carreteros; las piedras resbaladizas, y en el centro del jardinillo, descollando sobre un macizo de arbustos amoratados por los hielos, la estatua del pobre Felipe III, con el cetro y los bigotes acaramelados por la escarcha.

Por allí se deslizaba la vereda, de lastras resbaladizas lo más de ella, en ziszás, entre jarales y arbustos algunas veces; muchas al descubierto sobre la barranca, en cuyo fondo, entenebrecido por las malezas de ambas orillas, refunfuñaban las aguas de los regatos vagabundos encauzadas allí para ir a engrosar por caprichosos derroteros el caudal del río que se despeñaba a nuestra izquierda y al otro lado del Puerto.

Luego, Roma, la terrestre Roma, para no morir bajo la superioridad de los navegantes semitas de Cartago, tenía que enseñar el manejo del remo y el combate en las olas á los labradores del Lacio, legionarios de mejillas endurecidas por las carrilleras del casco, que no sabían cómo mover sobre las tablas resbaladizas sus pies de hierro dominadores del mundo.

Describía el viaje por las entrañas lóbregas del buque, su descenso al infierno... de nieve, llevando como virgiliano guía a su amigo don Carmelo. Escaleras mojadas y resbaladizas; paredes que lagrimeaban; luces eléctricas veladas y mortecinas bajo el halo irisado de la humedad; gruesos caños conductores del frío a lo largo de los muros.

Sus márgenes han perdido toda forma natural; ahora son murallas perpendiculares, en las que á trechos se ven algunas gradas de escalera; sus orillas están cubiertas de resbaladizas losas; las curvas son aquí repentinas vueltas; en vez de ramas y follaje, ropas extendidas sobre cuerdas, se balancean por encima del foso, y tabiques ú otras barreras, pasando de uno á otro lado, indican los límites de propiedad.

El viaje es penoso y parece largo á causa del temor á lo desconocido que llena las simas y las galerías. En ciertos parajes, sólo se puede avanzar con mucha pena: es preciso entrar en el cauce de la corriente y tenerse en equilibrio sobre las piedras resbaladizas; más lejos, la bóveda se rebaja por una curva repentina, y sólo deja un estrecho paso, que es preciso atravesar arrastrándose.

Los rayos de sol penetraban por entre las junturas de los cortinajes, liquidando en resbaladizas gotas el vaho que empañaba los vidrios, y posándose luego en rasgos o girones de luz sobre los rasos de colores. En el suelo, confundida con las de la alfombra, había quedado alguna que otra flor pisoteada y marchita.

Me asomé a una ventana abierta en la pared del Este junto a una alacena, y vi lo que ya me había imaginado: el peñascal negro, jaspeado de grietas con vegetaciones silvestres y separado de la casa por un callejón pendiente, de lastras resbaladizas. Al volver al comedor por la salona, halléme con mi tío que entraba en él por la puerta de enfrente. Llegaba fatigoso y se apoyaba en un bastón.