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Actualizado: 30 de junio de 2025
Parecióle bien el consejo a don Quijote, y, tomando de la rienda a Rocinante, y Sancho del cabestro a su asno, después de haber puesto sobre él los relieves que de la cena quedaron, comenzaron a caminar por el prado arriba a tiento, porque la escuridad de la noche no les dejaba ver cosa alguna; mas, no hubieron andado docientos pasos, cuando llegó a sus oídos un grande ruido de agua, como que de algunos grandes y levantados riscos se despeñaba.
El cielo amanecía nublado los más de los días, y el mar ceniciento. El Vedrá parecía más enorme, más imponente, alzando su cónica aguja en esta atmósfera tempestuosa. El mar se despeñaba en cataratas dentro de las cavidades de sus cuevas, con gigantescos cañonazos.
El arroyo, en vez de desatarse sereno y cristalino como abajo, se despeñaba en espumosos tumbos asordando á los viajeros, los cuales se detenían con frecuencia á tomar aliento. Con el pecho anhelante y las mejillas pálidas, quedábanse uno frente á otro sonriendo. ¿Estás fatigada? Algo. ¿Quieres que te lleve en brazos un poquito?
Por allí se deslizaba la vereda, de lastras resbaladizas lo más de ella, en ziszás, entre jarales y arbustos algunas veces; muchas al descubierto sobre la barranca, en cuyo fondo, entenebrecido por las malezas de ambas orillas, refunfuñaban las aguas de los regatos vagabundos encauzadas allí para ir a engrosar por caprichosos derroteros el caudal del río que se despeñaba a nuestra izquierda y al otro lado del Puerto.
Y caminando siempre, y meditando sobre este y otros puntos, y rara vez hablando, el agua seguía cayendo espesa y muy fría, y el candidato no veía chispa...; digo mal, veía las que sacaban las herraduras del caballo que precedía al suyo, al resbalar sobre los morrillos; y esto sucedía frecuentemente al borde de un precipicio, en cuyo fondo se despeñaba rugiendo un torrente, cada vez más impetuoso con el caudal de la lluvia.
Pocitos, pintoresco suburbio de Montevideo, constituye en verdad, un lugar como el que se acaba de describir. Hace diez años que era un arenal árido en una ladera que se despeñaba hasta las mansas olas del océano.
Pero doña Paca no sabía mantenerse firme en las alturas: instintivamente se despeñaba; su cabeza no era buena para esto ni para el gobierno de la vida, que es la seguridad de vista en el orden moral.
En fin, el Sultán llegó a cierto lugar del bosque en donde los árboles clareaban, alzándose en lo más desembarazado un hermoso peral cargado de fruta. Una fuente pintoresca, que se despeñaba por el fauce de una retorcida cueva, completaba aquel delicioso paisaje.
Palabra del Dia
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