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Permítame usted que le presente a D. Narciso Solís. De esta suerte, el Padre González ha tenido la culpa de que yo conozca a Narcisito. Después, la verdadera culpada de que hable yo con Narcisito, de que me ponga con él de acuerdo, y de que el flirteo se convierta en noviazgo, ha sido esa hipocritona de doña Rita.

Dame la carta. Paco, sin responder palabra, sin saber qué pensar de todo aquello, no atreviéndose a creer que Beatriz mentía, no atinando a explicarse cómo se mintiese tan bien, y recordando, no obstante, que en la carta de Braulio había pruebas casi evidentes de que Beatriz era culpada, le entregó por último la carta. Beatriz la desdobló con ansia, y no la leyó, la devoró.

R. Menéndez Pidal, Cantar de Mio Cid, II, 858: "Hijos, yo soy la mujer Del mundo más desdichada. Vuestra madre solía ser, Ya soy madrastra culpada..." Lope, Embustes Celauro, B. A. E., XXIV, 103 a: "¡Triste! ¡Qué habemos de hacer Muerta aquella que solía Ser alma por quien vivía..." Idem, íd., 107 a: "¿Cuántas muelas solía vuestra merced tener en esta parte?" Quijote, 1.^a, XVIII.

Vos resistís á vuestra pasion con mas vigor que combate Astarte la suya, porque sois filósofo y sois Zadig. Astarte es muger, y eso mas dexa que se expliquen sus ojos con imprudencia que no piensa ser culpada: satisfecha por desgracia con su inocencia, no se cura de las apariencias necesarias. Miéntras que no le remuerda en nada la conciencia, tendré miedo de que se pierda.

Pobre muger: ¿es posible que el hombre que parte contigo el pan y el lecho te trate tan bárbaramente? ¿Qué ley puede autorizarle á ser juez de su propio agravio si eres culpada, y á ser el ejecutor de tu castigo? ¡Ay de ! el profeta se lo concede.

Está bien... pero si no es el hijo, sino la madre culpada... ¿qué debe hacer la madre culpada? Lo mismo que el hijo... no deshonrar públicamente á su marido... no amargarle la vida... no desengañarle con desengaño espantoso... no añadir á su pecado de fragilidad el de una desvergüenza cruel y sin entrañas.

Los sentidos voy perdiendo Y el alma se va turbando. Confuso, por Dios, estoy; Llego, ¿qué es esto, señora? MAYOR. ¡Oh, qué desdichada hora! ¡Válgame Dios, muerta estoy! DON JACINTO. Desmayóse; ¿qué procuro Saber ya más en mi ofensa? Derribe esta bala inmensa De mi honor el fuerte muro Si culpada no estuviera, Aquí no se desmayara; Ella su disculpa hallara; Y si es ya justo, que muera.

Salga de aquí, ó haré que le echen. ¿Quiere V. delatarme? ¿Quiere V. declararme culpada? Hágalo. No temo ya desventura ni humillación, por grande que sea. Sépalo V. de una vez para siempre: me alegro de que Clara entre en un convento. No seré tan vil, que por miedo de V. falte á mi deber inculcándole lo contrario. Ahora, márchese; salga de mi casa; déjeme tranquila.

Sírvame de excusa que ya mi mayor delito había sido varias veces confesado, y la consideración de que cada vez que le confieso de nuevo hago sabedora á una persona más del deshonor de quien me ha dado su nombre. Todo lo sabe V. sin que yo se lo haya dicho. Bendito sea Dios, que me humilla como merezco, sin que yo, tan culpada, cometa la nueva culpa de infamar á mi pobre marido.

Y, así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprehendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o como la espada aguda, que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca.