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No señor, me parece que no.... Espere usted, señor cura, a ver si esos... ¡A la oreja madre! ¡a la oreja madre! gritó, y la bandada de mochuelos acudió al farol delante del Ratón. Al ver al Provisor, todos, menos el Rojo, le rodearon, descubriendo la cabeza, los que tenían gorra, y le besaron la mano por turno nada pacífico. Unos se limpiaron primeramente las narices y la boca; otros no.

El foso era lugar también interesante para Martín; las paredes estaban cubiertas de musgos rojos, amarillos y verdes; entre las piedras nacían la lechetrezna, el beleño y el yezgo, y los grandes lagartos tornasolados se tostaban al sol. En los huecos de la muralla tenían sus nidos las lechuzas y los mochuelos. Tellagorri explicaba todo detenidamente a Martín.

Aquellas preciosas cabezas de angelitos, que ceñían las arañas; aquellas ventanas, cuyas vidrieras habían desaparecido y que dejaban entrada libre a los mochuelos y otros pájaros, cuyos nidos afeaban las bien talladas y doradas cornisas y que convertían en inmunda sentina el rico pavimento de mármol; aquellos esqueletos de altares despojados de todos sus adornos; aquellos grandes y hermosos ángeles que parecían salir de las pilastras; que habían tenido en sus manos lámparas de plata siempre encendidas y extendían aún sus brazos, mirando aquellas con dolor vacías.

Juan Claudio y Marcos Divès se conocían desde la infancia; juntos habían ido a coger nidos de gavilanes y mochuelos, y desde entonces continuaban viéndose casi todas las semanas, por lo menos una vez, en la fábrica de aserrar del Valtin.

Los salvajes gritos de los mochuelos, el murmullo intermitente de las aguas y el vespertino canto de los insectos, añadían todavía mayor tristeza a la impresión de soledad que oprimía el corazón de Francisco. Desde que las confidencias de la señora Liénard habían derribado sus castillos en el aire sentíase dolorosamente desencantado.

...dono itaque vobis et concedo castellum de Almodovar el castellum de Durio, et castellum de Chilon el castellum de Sancta Eufemia et castellum el villam de Gahet et villam que vocatur Petroche et castellum de Mochuelos.

Solamente, en medio de ese rumoreo adormecedor, lanzaban de vez en cuando al aire sus agudos chillidos algunos pequeños mochuelos que volaban de rama en rama e iban a posarse finalmente en las medio desnudas de un viejísimo roble.

Aleteaban en los extremos más sombríos las aves negruzcas que descendían de noche al templo por los agujeros de la bóveda. Como puntos fosfóricos brillaban en la obscuridad los ojos de los mochuelos. Los murciélagos, asustados por la luz, volaban torpemente, rozando con sus alas las caras de los dos jóvenes.

Por lo tocante á la pajarera, preferiría fuese la pajarera libre que he aconsejado en uno de mis libros, aquélla en que los pájaros vienen á buscar un albergue para pasar la noche y un poco de alimento. Se cierra al anochecer para preservarlos de los mochuelos, y se abre de mañanita. Los pájaros no faltan á hora fija.