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Actualizado: 5 de junio de 2025
En lo relativo a interés, lo mismo le daba dos, que cuatro, que seis. «Esto es material, hija, y mientras más provecho para usted, mayor será mi satisfacción». Dudó Rosalía un ratito; pero al fin todo fue arreglado a gusto de entrambas, y aquella misma tarde se extendió y firmó el contrato en la Furriela, con todas las precauciones necesarias para que Isabelita, que andaba husmeando por allí, no se enterase de nada.
En el amplio corral había ocho toros, unos acostados sobre las patas, otros de pie y con la cabeza baja, husmeando el montón de hierba que tenían delante. El torero marchó a lo largo de estas galerías examinando a las reses. De vez en cuando salíase fuera de las vallas, asomando el cuerpo por las estrechas saeteras.
Oyese entonces en el vecino bosque El fuego de las armas estridente, Y apretando la espada fuertemente Con ademan resuelto se erguió; Y vió venir á él, husmeando sangre, Los feroces lebreles del tirano, Como á la hambrienta jauría que en el llano A su víctima acosa con furor.
Muchos curiosos pasaban por delante de la casa de don Rudesindo mirando con atención a los balcones, preguntando a los criados que salían, husmeando, en fin, lo que dentro pasaba. Se decía que Ventura estaba muy tranquila, y poco arrepentida de su conducta, que había comido como si tal cosa, y que había charlado y reído toda la tarde, con la esposa del fabricante de sidra.
Era un tren el suyo de escasos viajeros: un simple coche-dormitorio que por la línea de cintura iba a unirse con el expreso de Portugal en la estación de las Delicias. Cerca de la entrada vio algunos mozos que venían hacia él para apoderarse de sus maletas, y un coche de alquiler inmóvil, con el cochero soñoliento y el caballo husmeando el suelo.
Los crustáceos iban a cubrir su último encierro con una capa pétrea; los escualos, lobos de la profundidad, golpearían con su morro y sus aletas la envoltura de madera husmeando la carne oculta; las algas trenzarían en torno sus verdes y ondeantes cabellos, hasta que la fúnebre cáscara se pudriese, confundiendo su contenido con la líquida inmensidad.
Maltrana contemplaba los perros, que abrían la marcha, silenciosos, con el cuello estirado y las orejas avanzadas, husmeando el negro horizonte, sin un gruñido, sin prestar atención a los compañeros de raza que ladraban en las lejanas huertas. Llevaban más de una hora de marcha, sin ver las tapias de El Pardo.
En torno de la mesa, husmeando con aire goloso, estaba una diminuta perra inglesa, que, con su piel de porcelana, sus ojillos de cristal y las patas de alambre, parecía escapada de una tienda de juguetes. Al ver a sus amas, el liliputiense animal sacó la roja lengua, lanzando un ladrido que parecía un estornudo. ¡Miss...! ¡mi querida Miss! gritó Amparito, queriendo tomarla en brazos.
Al fin la reina Isabel, aunque su corazon compasivo i lleno de bondad le estorbaba consentir en el establecimiento del bárbaro tribunal, vino á ser vencida de las instancias de su avariento esposo, i de toda la frailería domínica que al cebo del interés andaba desalada, husmeando los nombres de aquellos judíos conversos que mas fama tenian de ricos, i no viendo la hora en que facultados por el rei deberian hacer presa en los haberes de tantos desdichados que para su mal habian nacido en aquel calamitoso siglo.
Palabra del Dia
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