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Actualizado: 19 de junio de 2025
Subí penosamente mis seis pisos y tomé, temblando de emoción, mi bienhechora garrafa, cuyo contenido bebí poco á poco; después encendí el cigarro de mi amigo, y miréme al espejo dirigiéndome una sonrisa animadora. En seguida volví á salir, convencido de que el movimiento físico y las distracciones de la calle me eran saludables.
Era el portero, que se mostró familiar y confianzudo, como si desde la noche anterior se hubiese establecido entre los dos una firme amistad basada en un secreto. Le habló de las bellezas del país, aconsejándole diversas excursiones... Una sonrisa, una palabra animadora de Ferragut, y le habría propuesto inmediatamente otros recreos cuyo anuncio parecía voltear en torno de sus labios.
«¿Qué era aquello, Señor, qué era aquello?». ¿Por qué en día semejante, cuando su espíritu acababa de entrar en vida nueva, vida de víctima, pero no de sacrificio estéril, sin testigos, si no acompañado por la voz animadora de un alma hermana; por qué en ocasión tan importuna se presentaba aquel afán de sus entrañas, que ella creía cosa de los nervios, a mortificarla, a gritar ¡guerra! dentro de la cabeza, y a volver lo de arriba abajo? ¿No había estado en la fuente de Mari Pepa entregada a la esperanza de la virtud? ¿No se abrían nuevos horizontes a su alma? ¿No iba a vivir para algo en adelante? ¡Oh! ¡quién le hubiera puesto al señor Magistral allí! Su mano tropezó con la de un hombre. Sintió un calor dulce y un contacto pegajoso. No era el Magistral. Era don Álvaro, que venía a su lado hablando de cualquier cosa. Ella apenas le oía, ni quería atribuir a su presencia aquel cambio de temperatura moral, que lamentaba para sus adentros, en tanto que veía a las jóvenes y a las jamonas vetustenses coquetear en la acera, y en las tiendas deslumbrantes de gas. Don Álvaro opinaba lo contrario, que bastaba su presencia y su contacto para adelantar los acontecimientos. Para tener idea de lo que Mesía pensaba del prestigio de su físico, hay que figurarse una máquina eléctrica con conciencia de que puede echar chispas.
Es inútil advirtió el Marqués . Bautista tiene fuerza pero no alcanza; es de mi estatura... no hay más remedio que buscar otra escalera.... No la hay en el jardín... Sabe Dios dónde parecerá... ¡Por Dios! ¡por Dios!... que ya me mareo, que me caigo de miedo. Entonces don Álvaro, a quien Ana había dirigido una mirada animadora y suplicante, se decidió.
De haber sido yo el Rey, la respuesta que recibí me hubiera parecido suficientemente animadora: ¿No crees, primo, haber contraído hoy bastantes responsabilidades para un solo día? El estampido de los cañones y el toque penetrante de las cornetas nos anunciaron que habíamos llegado al palacio.
Palabra del Dia
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