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Pronto notaron todos los vecinos, cundiendo la noticia por el resto de la población, las constantes visitas nocturnas de don Paco; pero como Antoñuelo solía ir también, y entre don Paco y Juanita había tan grande desproporción de edad, la gente murmuradora lo explicó todo suponiendo que Antoñuelo era novio de Juanita, y que don Paco tenía o trataba de tener relaciones amorosas con la madre, la cual, a pesar de sus cuarenta y cinco años y de los muchos trabajos y disgustos que había pasado en esta vida, apenas tenía canas, y estaba ágil, esbelta, y aunque de pocas, de bien puestas, frescas, apretadas y al parecer jugosas carnes.

De vuestra madre, aunque está viva agora, casi os puedo decir lo mismo, porque está presa en la Inquisición de Toledo, porque desenterraba los muertos sin ser murmuradora. Halláronla en su casa más piernas, brazos y cabezas que en una capilla de milagros. Y lo menos que hacía era sobrevirgos y contrahacer doncellas.

Un día, una vieja criada de casa de Ohando, chismosa y murmuradora, fué a buscarle y le contó que la Ignacia, su hermana, coqueteaba con Carlos, el señorito de Ohando. Si doña Águeda lo notaba iba a despedir a la Ignacia, con lo cual el escándalo dejaría a la muchacha en una mala situación. Martín, al saberlo, sintió deseos de presentarse a Carlos y de insultarle y desafiarle.

La noticia de su amistad con la señorita Kasper había circulado por el buque con la rapidez que una vida ociosa y murmuradora comunicaba a todos las informaciones. Además, ella exhibía con orgullo su nueva conquista, y tal alarde tranquilizaba a Mrs. Power, que veía borrarse con él definitivamente todos los recuerdos. También alejaba a Mina, temerosa de la insolencia de Nélida.

Alegro y bulliciosa, muy dada a fiestas y saraos, encanto de toda buena sociedad, a los veinte años se tornó silenciosa, reservada, melancólica. ¿A qué se debió tal cambio? Pero no era, como ellas, murmuradora y amiga de censurar a toda bicho viviente, vicio de cortijos y poblachones, donde no se vive más que para espiar a los vecinos y relatar diariamente cuanto éstos hacen o dejan de hacer.

¿Cómo aproximarse?... Rafael estuvo tentado aquella misma tarde, paseando sin rumbo por las calles de buscar en su tienda al barbero Cupido. El alegre bohemio era el único de Alcira que entraba en su casa. Pero lo detuvo el miedo a su lengua murmuradora.

La condición murmuradora debe tener raíces muy hondas en el espíritu humano cuando ha resistido la crítica de los filósofos y moralistas de todos los siglos y sigue resistiendo con toda lozanía la condenación general. La murmuración es, ante todo, una cosa agradable. No hagan aspavientos ni remilgos mis lectoras.

Al llegar a este punto siento yo cierto prurito de declamar y de moralizar, a fin de que mi historia merezca contarse entre las ejemplares. No atino, sin embargo; no me decido siquiera a señalar el blanco contra el cual he de dirigirme. ¿Declamaré contra la sociedad murmuradora? No me atrevo, sin considerarme como injusto. ¿Quién sabe aún lo que en realidad pasaba?