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Isagani miró á otra parte, avergonzado de que Paulita asistiese á semejante espectáculo y pensaba que debía desafiarle á Juanito Pelaez al día siguiente. Pero nuestros jóvenes esperaron en vano. Vino la Serpolette, una deliciosa muchacha con su gorro de algodon igualmente, provocadora y belicosa; Hein! qui parle de Serpolette? pregunta á las chismosas, con los brazos en jarras y aire batallador.

Además, Frígilis tenía la convicción de que don Álvaro escaparía de Vetusta en cuanto él le dijera que Quintanar iba a desafiarle. No le faltaban motivos para creer muy cobarde al don Juan Tenorio. «¡Pero aquel Víctor no le dejaba marchar!».

Ya hacía también aproximadamente un año que había muerto el padre de Mary, y tenía que entregar a Machín el sobre de mi tío Juan. Mi tío me recomendó que se lo diera en su mano, y pensé hacer las dos cosas al mismo tiempo: entregarle el sobre y desafiarle. No cómo se enteró el médico viejo de mi resolución; el caso fué que dijo que tenía que acompañarme. Yo me opuse, pero al fin me convenció.

Esto hace que tropiece con los ojos de Madó, la señora de Toledo; unos ojos que consideran sin duda más interesante al príncipe Lubimoff bigotudo, avejentado y con uniforme, que cuando era el elegante amo de sus padres. ¡Pobre coronel!... Y huye de la mirada tentadora, de la boca carnuda y purpúrea que parece desafiarle al sonreir.

De nuestra nacion enviados los Embajadores á fin de romper los conciertos que tenian con el Emperador, y hecho esto desafiarle, con harto peligro llegaron á Constantinopla, y puesto, ante el Bailio de Venecia, y la potestad de Génova, y de los Consules de los Anconitanos, y Pisanos, Magistrados y cabezas de estas naciones que tenian trato y comunicacion en las Provincias del Imperio, dieron las manifiestas siguientes.

El feroz cacique de Peñascosa almacenó en pocos momentos tanta cólera, que se propuso nada menos que escupir en la cara al presidente y desafiarle tan pronto como saliesen a la calle. Sin embargo, este varón poderoso, digno de vivir en la edad de hierro, tropezó con él por la tarde en el casino, y en vez de inferirle agravio, le quitó el sombrero con mucha reverencia.

Permíteme que te lo diga, Velázquez... No eres un hombre regular ni decente... Con mi hija te has portado peor que un gitano... Yo soy así, ¿me entiendes?... Digo las cosas á la cara... Al pan pan y al vino vino... y al que es un falso traidor le digo que es un sinvergüenza... ¡Ea, ya está! ¿Qué hay?... Colocado en este terreno dramático, el viejo tendero concluyó por desafiarle.

Un día, una vieja criada de casa de Ohando, chismosa y murmuradora, fué a buscarle y le contó que la Ignacia, su hermana, coqueteaba con Carlos, el señorito de Ohando. Si doña Águeda lo notaba iba a despedir a la Ignacia, con lo cual el escándalo dejaría a la muchacha en una mala situación. Martín, al saberlo, sintió deseos de presentarse a Carlos y de insultarle y desafiarle.

-No es menester -respondió el duque- que vuesa merced se ponga en trabajo de buscar al rústico de quien esta buena dueña se queja, ni es menester tampoco que vuesa merced me pida a licencia para desafiarle; que yo le doy por desafiado, y tomo a mi cargo de hacerle saber este desafío, y que le acete, y venga a responder por a este mi castillo, donde a entrambos daré campo seguro, guardando todas las condiciones que en tales actos suelen y deben guardarse, guardando igualmente su justicia a cada uno, como están obligados a guardarla todos aquellos príncipes que dan campo franco a los que se combaten en los términos de sus señoríos.