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Dicen algunos que las ideas modernas, que el materialismo y la incredulidad tienen la culpa de todo; pero si la tienen, pero si obran tan malos efectos, ha de ser de un modo extraño, mágico, diabólico, y no por medios naturales, pues es lo cierto que nadie lee aquí libro alguno ni bueno ni malo, por donde no atino a comprender cómo puedan pervertirse con las malas doctrinas que privan ahora. ¿Estarán en el aire las malas doctrinas, a modo de miasmas de una epidemia?

Digo sólo que han sido oportunas, y ya es esto un gran mérito. También, yo, cuando escribo novelas, procuro ser oportuno, y si no lo soy, es porque no atino con la oportunidad.

Soy tan escéptico, que no atino a creer en las creencias de los otros. Se me figura que los más consecuentes suelen ser los menos sinceros; que son consecuentes a fuerza de ser testarudos.

Harto he cavilado yo y cavilo para explicar este fenómeno. Voy a ver si atino a exponer aquí en cifra el resultado de mis cavilaciones. Sin duda, me digo, el fundamento mental de la poesía es como el fundamento mental de las matemáticas y de la dialéctica.

Tal vez se explique esto de la manera que, yendo yo de viaje por un país selvático, acerté a explicar en qué consistía que cierto compañero mío, gran ingeniero, que se empeñó en guiarnos con su ciencia; no atinó nunca, y por poco no nos hunde y sepulta en charcos cenagosos o nos pierde en bosques sombríos, donde nos hubieran devorado los lobos.

He ahí, he ahí cabalmente lo que yo dije á la Dorotea: ¡la prueba! ¿Y esa mujerzuela tenía la prueba de la deshonra de su majestad? La tenía. ¿Pero qué tiene que ver esa perdida con la reina? ¿quién ha podido darla esa prueba? El duque de Lerma. Me vais á volver loco, señor Gabriel; no atino... No es muy fácil atinar.

Ahora amo a Vd. con todo mi corazón, y sin Vd. no hay felicidad para . Cierto es que en mi humilde inteligencia no puede usted hallar rivales tan poderosos como yo tengo en la de usted. Ni con la mente, ni con la voluntad, ni con el afecto, atino a elevarme a Dios inmediatamente. Ni por naturaleza, ni por gracia, subo ni me atrevo a querer subir a tan encumbradas esferas.

El Vizconde de Goivo-Formoso quiso indudablemente satisfacer con franqueza la curiosidad del joven inglés; pero, como hay cosas que no se ven a las claras y que suelen quedar en la penumbra o envueltas en más o menos densa nube de misterio, el Vizconde no atinó a poner en claro la certidumbre de los hechos, y se limitó a presentar hipótesis, no fundadas en pruebas fehacientes, sino en sospechas y en indicios vagos.

El estudiante puso en el plato el otro, que tenia en la mano, diciendo: ¿Y ahora, cuántos hay? El padre volvió á contestar: Dos. Pues entonces replicó el estudiante dos que hay ahora y uno que había, antes, suman tres. Luego son tres huevos los que hay en el plato. El padre se maravilló mucho del saber de su hijo, se quedó atortolado y no atinó á desenredarse del sofisma.

Sólo de esta suerte atino a entrever el tenebroso enigma de su figura moral y de su extraña condición y naturaleza. Había en doña Inés tres energías o poderes distintos, escalonados y sobrepuestos, ora de acuerdo los tres, ora independientes y en guerra, aunque formando, durante esta vida mortal, la unidad inseparable de su singular individuo.