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Actualizado: 13 de julio de 2025


Sebastiana, que se había incorporado para verle mejor, creyó que murmuraba con expresión alegre: En vez de una, van á ser dos. Pero tampoco estaba segura de haber oído esto exactamente, y al fin se retiró á la casucha del corral, donde tenía su camastro, algo decepcionada por el insignificante resultado de su acecho.

Aresti vió al enfermo en el fondo del camastro, junto á la pared, respirando jadeante. Estaba acostumbrado á visitar los tabucos de los mineros: nada le extrañaba, y con agilidad de muchacho saltó encima del tablado, marchando de rodillas sobre los jergones.

Váyase al rayo, y guárdese sus colchones, que yo tengo un camastro hecho de sacos de trapo, con una manta por encima, que es la gloria divina.... Ya lo quisiera usted.... Aquéllo que es rico para dormir á pierna suelta.... Pues dámelo, dámelo, tía Roma dijo el avaro con aflicción.

Levantó otra, y vió un cuartucho no mucho más grande, obstruido completamente por un camastro enorme, formado con tablas sin cepillar y varios banquillos. En él dormía toda la banda de Zamora, siete hombres y el muchacho, en mutuo contacto, sin separación alguna, sin más aire que el que entraba por la puerta y las grietas de la techumbre.

La imaginación no puede concebir un marco más siniestro para el drama de la muerte: un camastro en una choza; ni eso siquiera, un montón de trapos sórdidos en una cabaña abandonada, podrida y agrietada, en la que, por lástima, se ha dejado instalarse a aquella desgraciada con sus crías, abortos demacrados, medio desnudos, sucios, enmarañados y rabiosos como animales hambrientos que se disputan un hueso.

Pero este remordimiento desvanecíase al examinar la cama otra vez, fijándose especialmente en el colchón de muelles. ¡Ella, que no había conocido otro lecho que un jergón sobre tablones en la casucha del Mosco! ¡El, que durante años aguardaba a que le dejasen libre el camastro para descansar sus huesos!...

Dando trompicones, entró Ido en una de las alcobas, y apoyando la rodilla en el camastro que allí había empezó a dar golpes con el palillo, pronunciando torpemente estas palabras: «Adúlteros, expiad vuestro crimen». Los que desde el corredor le oían, reíanse a todo trapo, y Nicanora arengaba al público diciendo: «pronto se le pasará; cuanto más fuerte, menos le dura».

Estaba vestido, conservando las mismas ropas, mojadas por la lluvia de la noche anterior. Una pulmonía de padre y señor mío dijo el doctor arrojando la cerilla y saliendo del camastro otra vez de rodillas. Afuera, junto al fogón, escribió una receta en una hoja de su cartera, encargando al pobre pinche, que después de la visita parecía más tranquilo, que bajase por los medicamentos al hospital.

Al acercarse á su choza pudieron verla al través de la puerta entreabierta. Estaba lavando la pobre escudilla en que había cenado y disponiéndose para acostarse en el mísero camastro que ocupaba la mitad de su vivienda. Felicia la llamó. ¿Quién va?-preguntó ella sin mostrar susto alguno y dirigiéndose á la puerta. ¡Ah, eres , Felicia!... ¡y también, Nolo!... ¿Qué viento os trae por aquí?

Al llegar al cuarto de la Rumalda, planchadora, viuda, con su madre enferma en un camastro y tres niños menores que andaban en el patio enseñando las carnes por los agujeros de la ropa, Torquemada soltó el gruñido de ordenanza, y la pobre mujer, con afligida y trémula voz, cual si tuviera que confesar ante el juez un negro delito, soltó la frase de reglamento: «D. Francisco, por hoy no se puede.

Palabra del Dia

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