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Por un amargo azar del destino cuando estoy a punto de dejar la vida es cuando encuentro los afectos que tan ardientemente he buscado; cuando encuentro a Blasillo, a Rosita y a usted... y a usted sobre todo que me haría creer hasta en la virtud... EL PUEBLO. ¡Muera el condenado! ¡El apóstata! ¡Ya tardan demasiado! EL VERDUGO. Señor gitano, el pueblo se impacienta.

El gitano pronunció estas últimas palabras con aire emocionado. La única lágrima que en mucho tiempo había derramado, brilló un momento en sus ojos, y tendió la mano a Blasillo, que la asió con una exaltación inconcebible, exclamando: ¡En vida y en muerte, comandante!

Pero Bentek, viviendo entre mudos, había acabado por tomar horror a la palabra y por perder casi la costumbre de hablar; de modo que no respondió más que por el monosílabo ¡pom!... ¡pom!... que acompañaba con gestos bruscos y precipitados. ¡Ah! ya caigo dijo Blasillo ; el viejo cormorán quiere probablemente hablar del cañón.

Propongo que en Francia, comandante y mostraba su copa medio vacía , porque, por mi Juana, ¡si los franceses se parecen a su vino!... Justo, Blasillo, justo. Como su vino, ellos estallan, chisporrotean y se evaporan.

Y bien, Blasillo, ¿qué dices de mi venganza? preguntó el gitano a su joven compañero después que se hubieron alejado mucho de la escampavía por medio de los largos remos de la tartana, cuidadosamente envueltos, de modo que la misteriosa desaparición del gitano pudiera pasar a los ojos de los españoles por un nuevo prodigio.

Así, pues, calma ese ardor, Blasillo; se trata seguramente de algún buque que ha zozobrado y que pide auxilio. Pero se equivoca; lo que hice ayer por ti, Blasillo, no lo hubiese hecho ni lo haré jamás por nadie. Le debo la vida una segunda vez, comandante; sin usted, sin la tempestad que me arrojó a su paso, yo me hubiera hundido con la desgraciada canoa en que navegaba al dejar la tartana.

¡Por la uña de Belcebú! es sin duda ese héroe del frac azul y de la charretera de oro que oculta su cabeza detrás de un cañón y que no se menea más que un pescado muerto... Blasillo, hijo mío, haz que esconda esa pierna que se le ve aún, porque el valiente se desliza como una culebra a lo largo de ese afuste.

¡Bebamos, Blasillo! repuso el comandante, cuya mirada había recuperado su vivacidad habitual , bebamos, porque acabo de hacerte una larga y aburrida confesión, hijo mío; únicamente ten presente que no has de volverme a hablar jamás de esto; ahora ya conoces mi vida. ¡Vamos! ¡por tu Juana! ¡Por su monja, capitán!

Blasillo dejó caer el gatillo de su larga carabina, y el capitán Massareo, por el brusco movimiento que le hizo hacer su herida, se encontró casi sentado en el puente, fijando en el gitano unos ojos mortecinos que miraban sin ver. Creo que la bala de Blasillo le había roto una pierna.

Un mes justo después de la ejecución del gitano, una peste espantosa devastaba Cádiz; porque Blasillo había hecho naufragar su tartana al pie del fuerte de Santa Catalina... Su tartana, llena de mercancías, comprada por él en Tánger, había sido saqueada por el pueblo.