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El criterio que acerca de este punto ha tiempo abrigábamos, vímoslo comprobado en una excursión que hicimos á Tánger y á Tetuán.

La fuga y una larga temporada pasada en Tánger fueron el único resultado de sus entusiasmos y cuando al fin pudo volver a la tierra, besó a Ferminillo, el primer hijo que la pobre mártir le había dado a los pocos meses de su marcha a la serranía. Volvió a trabajar en las viñas, algo desilusionado por el mal éxito de la rebelión.

Escucha, hijo mío; en una cajita de hierro encontrarás un mechón de pelo: es de mi pobre hermana; encontrarás también un viejo cinturón: es el que mi padre llevaba cuando le mataron: quema ambos objetos. Lo demás te pertenece, todo, hasta el saquito que te hará dueño del judío de Tánger, si es que tienes el capricho de volver por allá. Pero ¡no poderle salvar! ¡ver su agonía, sus sufrimientos!

Un mes justo después de la ejecución del gitano, una peste espantosa devastaba Cádiz; porque Blasillo había hecho naufragar su tartana al pie del fuerte de Santa Catalina... Su tartana, llena de mercancías, comprada por él en Tánger, había sido saqueada por el pueblo.

Cuando Tánger y Tolón, Amberes y Calais, estén sometidos á la barbarie germánica, ya hablaremos de eso más detenidamente... Tenemos la fuerza, y el que la posee no discute ni hace caso de palabras... ¡La fuerza! Esto es lo hermoso: la única palabra que suena brillante y clara... ¡La fuerza! Un puñetazo certero, y todos los argumentos quedan contestados.

Este personaje, que se había señalado mucho por su valor y pericia, como Gobernador de Tánger, en la guerra que de continuo sostenían los portugueses contra los marroquíes, iba como Virrey de la India con más sueldo y más amplias facultades que sus predecesores.

Creo que fue a una de esas calles de Tánger, sucias, estrechas y fangosas, bordeada por altas casas sin aberturas, tal vez la calle de Moab'd'hal, a donde Blasillo se dirigió después de una feliz travesía.

Se me ocurrieron dos cosas: una, la prudente, el ir a ver a don Ciriaco y pedirle consejo; otra, la que más halagaba mi vanidad, escribir diciendo que acudiría a la cita. Me decidí por lo último. Había entre los marineros de la Bella Vizcaína un chico de Cádiz, a quien llamaban el Morito, porque había estado en Tánger y solía llevar con frecuencia un fez rojo en la cabeza.

No menos curiosos son los pequeños objetos de diversa aplicación que se fabrican con mármol y granito en Gibraltar, en Ronda, en Tánger y otros lugares para tener su espendio en aquella plaza de cambio universal. Cuando habíamos recorrido las calles de Gibraltar y visitado muchas de sus tiendas, pasamos de la ciudad al vasto recinto de la ciudadela.

Parecian innumerables rebaños de carneros empeñados en trepar sobre colinas y montañas formidables. Las sombras de la noche caían cuando pasábamos por en frente de Tánger y Tarifa, tan cerca de la segunda que casi tocamos con la roca ó islote del mismo nombre, ligada por un estrechísimo istmo al puerto. Hoy Tarifa no es mas que un escombro, una memoria.