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El joven español ocultó la cabeza entre sus manos. ¿Y su hermana? preguntó. Me quedaba aún una última prueba de afecto que darle, y se la di. ¿Cuál? La maté, Blasillo. ¿Mató también a su hermana? ¡Usted fratricida! ¡Anatema! ¡Niño! ¿sabes qué suerte espera en Egipto a una joven de mi raza que se ha dejado seducir, cuando el seductor es casado?

Vaya, hijo mío, tranquilícese decía el buen anciano levantando a Blasillo. Este volvió en , miró a su alrededor, y se precipitó de nuevo en los brazos del gitano. ¡Cuánta caridad! decía el guardián ; va a herirse con las cadenas de ese bandido. El sacerdote se vio obligado a arrancarle de sus brazos casi sin conocimiento. Señor le dijo el gitano , quisiera volver a ver a usted mañana.

Entonces, yo creía despertar de un sueño, y me encontraba solo con mi amigo el capitán de barco, orgulloso de , como el que exhibe un tigre aprisionado. ¡Infame! exclamó Blasillo.

Se les hubiera creído perdidos a consecuencia del huracán, y mañana, otras dos escampavías se pondrían en mi persecución. Mañana, Blasillo, ni un brick, ni una fragata, ni un navío se atreverá a ello, tan grande ha sido el terror que he sabido inspirarles.

¡Es posible! decía con los ojos fijos sobre una robusta joven que, mezclada con la curiosa muchedumbre, había abierto un momento su capa de seda negra, haciéndole un signo expresivo . ¡Blasillo, Blasillo aquí!

Tenía ya el pie en la primera grada de la escalera del sollado, cuando el gitano, que se había hundido en el diván, le gritó: Blasillo, bebamos, hijo mío, y hablemos de la monja y del escalo del convento de Santa Magdalena. ¡Beber... hablar!... ¿en este momento? preguntó Blasillo, confundido, abandonando el cordón de seda rojo que iba a servirle para subir la escalera.

EL JUDÍO. ¡Que no! ¡semejante tesoro en tu poder!... ¿quién ha podido...? Pero, entra, entra; porque las balas llueven, y no quisiera que esos incrédulos mancillaran ese talismán. Se abrió la puerta. Blasillo entró bajando la cabeza, atravesó otras dos enormes rejas de hierro y se encontró en un estrecho patio que no recibía la luz más que por arriba.

¡Que el Cielo le ayude! dijo Blasillo tendiéndole la mano. Pero el judío dio un salto hacia atrás. Es verdad, no me acordaba dijo el joven . Adiós, maestro, hasta la vista. Hasta la vista... Tendría que ser mañana... porque antes de tres días su madre de usted ya no tendrá hijo.

¡Por el alma de mi madre, comandante! la segunda tartana marchaba como una dorada, ¡qué ligereza! hubiese virado en redondo en un vaso de agua. ¡Ay! ¿qué queda ahora de ese bonito y fino buque? ¡nada!... algunas planchas rotas o empotradas en las rocas. ¿Llegué, pues, bien a propósito, Blasillo?

¡Por el rayo, Blasillo! ¿olvidas, hijo mío, nuestras largas y rudas travesías, nuestros sobresaltos, nuestros peligros, seguidos siempre de nuevas fatigas?... mientras que mañana, Blasillo, descanso, y descanso de verdad, y para siempre. No me compadezcas, pues; si sufro, es por ti.