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¡A Italia!... no, porque los asesinos son castigados con la muerte, ¿no lo sabes, Blasillo? ¡Dios mío! ¡usted asesino! dijo el muchacho con espanto. Escucha. Blasillo, yo tenía catorce años; mi hermana Sed'lha y yo conducíamos a nuestro padre que apenas podía andar, cuando cayó herido de un tiro de carabina. Era el fruto del odio santo, que nos tenía un cristiano.

Aquí las carcajadas del gitano fueron tan violentas que resonaron por encima del ruido de la tempestad eme mugía fuera, con gran confusión del pobre Blasillo, que le miraba con aire de disgusto y de estrañeza. El gitano lo advirtió. Perdón, Blasillo, perdón, hijo mío; pero tu ingenua admiración por ese dulce país de Francia, como le llaman, ¡me ha recordado tantas cosas!...

¡Oh! porque yo hundí cinco veces mi kangiar en la garganta del buen anciano emir que nos recogía a Sed'lha y a , y me hizo instruir como un rabino. ¡Dios del Cielo! ¡otro asesinato! ¡Usted asesino de su bienhechor! Había abusado de la hospitalidad que nos diera para seducir a mi hermana, con la que no podía casarse. ¿Qué hubieras hecho en mi lugar, Blasillo?

El terror de tus compatriotas durará mucho tiempo, Blasillo; además, nuestro retiro continúa siendo tan seguro y tan secreto como antes; hablemos, pues, Blasillo, del convento de Santa Magdalena. Hablemos, comandante. Hablaron, y largamente.

Figúrate , Blasillo, que querían a todo precio emociones nuevas, como ellos decían, y, para proporcionárselas habrían asistido, creo yo, a la agonía de un moribundo, y habrían analizado uno a uno todos sus movimientos convulsivos. Y, a falta de mi agonía, explotaban el relato de mis males, y se complacían en hacer vibrar cada cuerda dolorosa de mi corazón, para apreciar su sonido.

Blasillo, cuando salí de Egipto, vine a Cádiz, en tiempos de las Cortes; ofrecí mis servicios y no me preguntaron si llevaba la cruz o el turbante, pero me hicieron maniobrar una hermosa fragata de guerra, y cuando vieron que yo servía para el caso, me la confiaron. Hice algunos afortunados cruceros, y sobre todo recorrí la costa con el mayor cuidado.

Después de un momento de silencio, el gitano se pasó rápidamente la mano por la frente, como para desechar una idea penosa, y dijo sonriendo: Ahora que ya no podemos dedicarnos al contrabando y que nuestra escuadra ha quedado reducida a la mitad, ¿a dónde iremos, Blasillo? ¡A Italia, comandante!

Los ojos de Blasillo brillaban ciertamente tanto como las facetas centelleantes de los frascos de vidrio: Vamos a Alejandría, comandante dijo incorporándose.

En aquel momento, el ruido del cañoneo se oyó tan distintamente, que el gitano se lanzó hacia el puente, seguido de Blasillo.

Que San Pablo me haga perecer la primera vez que salga al mar, si no es verdad que hace dos horas he visto la tartana del condenado fondeada a un tiro de fusil de Conil; y es tan verdad, señores, que he encontrado cerca de Vejer un destacamento de aduaneros que se dirigían apresuradamente a la costa, guiados por Blasillo, el hijo de Blas, que había ido a prevenirle; yo no quiero contradecir a la señora Isabel, ¡pero que Dios me aplaste si miento!