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Actualizado: 17 de junio de 2025


El gitano escuchaba silenciosamente, mientras que Bentek continuaba sin interrumpirse sus ¡pom!... ¡pom! y su viva pantomima. Blasillo, poniéndose apresuradamente un cinturón, colocaba en él su sable, su puñal y sus pistolas.

Muchos días habían transcurrido ya desde la muerte del gitano, y la tartana, siempre oculta en su impenetrable retiro, había podido escapar tanto más fácilmente, por cuanto todo Cádiz la creía hundida; de modo que a Blasillo le fue muy fácil franquear la distancia entre Cádiz y Tánger.

El gitano miró fijamente a Bentek, e hizo un gesto que el viejo negro comprendió en toda su expresión, porque en dos saltos desapareció. , hijo mío, bebamos en este momento; porque, Blasillo, eres como el joven y ardiente savo que, como no distingue el grito inofensivo del alción del grito de guerra de la gaviota, afila sus uñas y su pico para sostener un combate imaginario. ¡Cómo!...

En fin, adiós; huye de España, vete a otro país; vende la tartana y los negros, vete a vivir tranquilo y dichoso, y, en medio de tu felicidad, acuérdate alguna vez del gitano. Blasillo cayó a sus pies. ¿No te parece, hijo mío, que es una lástima acabar mi vida por donde debería haberla comenzado?

Porque Blasillo, al comprar aquellas mercancías, que procedían de Levante, entonces asolado por una epidemia, sabía que estaban infectadas y que maese Plock no esperaba más que una ocasión favorable para purificarlas . El pueblo de Cádiz que ignoraba esta circunstancia, se apoderó de las brillantes mercancías e infectó a todos los habitantes.

¡Por el Cielo! ¡es el casco de la otra tartana el que hunden esos perros! exclamó Blasillo en voz baja, mostrando al gitano los restos del pobre buque, que, iluminado a cada andanada, comenzaba efectivamente a hundirse . ¡Fuego sobre ellos, comandante, fuego! Silencio, niño respondió el condenado. Y se llevó a la cámara a Blasillo, haciendo descender también a Bentek.

No, Blasillo; aquellas buenas gentes trataban de distraerse. ¡El día es tan largo! y además, ¿de qué podía quejarme? no me habían silbado, al contrario, me aplaudían. ¿Qué quieres? mi vida es un papel; así como así, todo es comedia: amistad, valor, virtud, gloria, abnegación. ¡Oh! ¡comandante! exclamó Blasillo con amargura. ¡Todo, muchacho, todo! hasta la piedad de las mujeres por la desgracia.

Así, el gitano ejercía sobre Blasillo aquella inevitable y potente influencia que un hombre tan extraordinario debía imponer a todo carácter exaltado; en una palabra, Blasillo experimentaba por él aquel sentimiento que comienza en la admiración y acaba en la abnegación heroica.

Al lado del réprobo y apoyado en el cuello de Iscar, se veía al joven Blasillo, vestido de negro también, y teniendo en la mano una larga carabina damasquinada; después, Bentek y sus negros, formados en dos filas, rodeaban silenciosamente los cañones, y el ligero humo blancuzco que se elevaba de cuando en cuando probaba que las mechas estaban encendidas y las piezas cargadas.

Al cabo de seis años yo mandaba un brick, que tuvo un encuentro con el brulote de Canaris, Blasillo. Este hizo el saludo militar. Y volví a puerto para reparar las averías y reclutar una nueva tripulación, lo que ocurría siempre que se encontraba a Canaris. En Alejandría me recibieron afectuosamente.

Palabra del Dia

lanterna

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