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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Creeríase que andaban espectros por allí, o al menos sombras de linterna mágica. El sofá de Vitoria era uno de los muebles más alarmantes que se pueden imaginar. No había más que verle para comprender que no respondía de la seguridad de quien en él se sentase. Las dos o tres sillas eran también muy sospechosas. La que parecía mejor, seguramente la pegaba.
En esto, se oyó un gran ruido en el despacho, acudieron todos los que en la casa estaban y hallaron desplomado, junto al sofá, a don Aquiles, con los ojos torcidos y la boca contraída, barbotando palabras sin sentido.
Eran las pavesas del asombroso entendimiento de su hijo, revolando sobre las llamas en que éste se consumía. Huyó de allí por no oir la dulce vocecita, y estuvo más de media hora echado en el sofá de la sala, agarrándose con ambas manos la cabeza como si se le quisiese escapar.
Qué placer es estar junto a usted, querida primita dijo Inés sentándose en el sofá de la sala tan cerca de Amaranta, que casi estaba sobre sus rodillas . Me olvido de la falta que he cometido huyendo de mi casa, y los gritos de mi conciencia son ahogados por la gran felicidad que ahora siento. Estaré un ratito, un ratito nada más.
Y el público, no queriendo perder palabra, hombres, mujeres y chicos estrujábanse contra la verja, retrocediendo algunas veces con violentos movimientos de espaldas para librarse de la asfixia. Iban compareciendo los querellantes al otro lado de la verja, ante aquel sofá tan venerable como el tribunal.
Ahí se están en la sala, acurrucadas en el sofá, columpiándose en las mecedoras, soñolientas y aburridas, en espera del novio, atisbando el momento oportuno para pelar la pava. Me lancé a la calle. Iba yo perdido en las tinieblas, tropezando a cada paso. Camino de la casa de mi maestro, pasé por la plaza, delante de la morada de Gabriela. La hermosa señorita estaba en el piano.
La sorpresa no permitió a la señorita de Penáguilas usar de la palabra cuando Teodoro, depositando cuidadosamente su carga sobre un sofá, le dijo: Aquí la traigo... ¿qué tal?, ¿soy buen cazador de mariposas? El nuevo mundo Retrocedamos algunos días. Cuando Teodoro Golfín levantó por primera vez el vendaje de Pablo Penáguilas, este dio un grito de espanto. Sus movimientos todos eran de retroceso.
No sé adónde diablos se me ha ido la razón... Esta mujer me ha embrujado... Nada, enteramente imbécil». iii En la soledad de su alcoba, encontrose mi hombre más dueño de sí mismo, habiendo vencido aquella turbación inexplicable con que saliera de la casa de Santa Cruz. Despidió a su criado, después de quitarse la ropa, y envuelto en su bata se tendió en el sofá.
Desde entonces, una saciedad enervante me mantuvo durante semanas enteras tendido en un sofá, mudo y terrible, pensando en la felicidad del «no ser...»
Al pronto, don Salvador, que no había visto pasar al perro, creyó que el rabioso era el pobre cuadrillero que, con el rostro descompuesto y los cabellos erizados, avanzaba a la carrera hacia el pabellón, blandiendo con vigorosa mano su terrible sable. Allí, junto al sofá, arrodillado, se hallaba Juanito acariciando la sucia y empolvada cabeza de un perro desconocido.
Palabra del Dia
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