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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Después, repentino y asombroso alejamiento; unos ojos que no le miraban, unos labios que no le hablaban, unas manos que no le estrechaban... ¡Ah, sí, todo lo vio, todo lo comprendió! Levantose bruscamente del sofá y acercando el rostro al de Marta, le dijo en voz dulce y cariñosa, pero con inocente petulancia: No lo niegues, Martita, tú acabas de darme un beso.
Al mismo tiempo un perro entró en el jardín como una exhalación, se refugió en el pabellón, y fue a esconderse debajo del sofá en donde se hallaba sentado Juanito. Antes que don Salvador y su nieto se dieran cuenta de lo que sucedía, Cachucha el cuadrillero y veinte o treinta personas más invadieron el jardín dando gritos de terror.
Llévame en brazos, escondida, como una criatura.... Señorita, está usté perdiendo la chaveta. Vaya, tranquilícese. Llore, que el llanto le hará bien. Era ya de noche. Felicita, llorando, cada vez con desconsuelo más dulce, resignado e inconsciente, se adormeció como un niño. Estaba tumbada en el sofá.
El fuego de la fiebre me subió a la cabeza y cada pulsación de mis arterias me gritaba: «¡Es necesario que le hables! ¡Es necesario que le hables!» Me desvestí a medias y me recosté en el sofá. El reloj tocó las once; tocó las once y media. Todavía se oía resonar en la casa el ruido de sus pasos, pero mientras más tarde se hacía, menos posible me era poner en ejecución mi proyecto.
Al dirigirse hacia la puerta miró al sofá con miedo, a la cama con terror, y, sin embargo... abrió gozosa.
Levantose del sofá, la miró frente a frente, como para buscar en el abismo azul de sus ojos confirmación a sus palabras, y luego, alzándola y atrayéndola lentamente hacia sí, pegó los labios a la oreja encendida de su amada, y murmuró estas palabras: ¿Tanto me quieres?
Más de una vez por la noche me desperté con la cara bañada en lágrimas, pues la había visto ya muerta en sueños. Un recuerdo de los primeros años de mi juventud me volvía a la memoria: la había encontrado un día tendida en el sofá, rígida, pálida, semejante a un cadáver, y no podía apartar esa imagen de mi pensamiento. Mientras más se acercaba el momento crítico, más me consumía la inquietud.
Y dos horas más tarde estaban sentados ambos en el gabinete, uno frente a otro, ella en el mismo pergenio en que antes se presentara, y algo fatigada... «¡Debo tener una facha...! dijo levantándose para mirarse al espejo que sobre el sofá estaba . ¡María Santísima! ¿Ve usted las pestañas cómo las tengo, llenas de polvo?». No estarían así sino fueran tan negras y tan grandes y hermosas...
Se echó en el sofá; cubriole su amiga la mitad del cuerpo con una manta, púsole almohadas para que recostase la cabeza, y a medida que esto hacía, le aplacaba la curiosidad contándole precipitadamente todo. Aquella idea de llevarla al convento como a una casa de purificación, pareciole a Maxi prueba estupenda del gran talento catequizador de su hermano.
Obra de romanos fue el despertar a Platón; por fin, su hermana le tiró de una pata, mientras Encarnación tiraba de la otra, y el corpachón del modelo, resbalando sobre el sofá, se desplomó con estruendo sobre el piso.
Palabra del Dia
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