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Actualizado: 23 de mayo de 2025
No había estera ni alfombra, a no contar la que rendía homenaje al sofá; era de moqueta y representaba un canastillo de rosas encarnadas, verdes y azules. Era el gusto de S. I. De las paredes del Norte y Sur pendían sendos cuadros de Cenceño, pero retocados con colores chillones que daban gloria; los otros muros los adornaban grandes grabados ingleses con marco de ébano.
Gallardo estaba en un sofá, chupando el magnífico habano que le había ofrecido un criado. Doña Sol fumaba uno de aquellos cigarrillos cuyo perfume la sumía en vaga somnolencia. Pesaba sobre el torero la torpeza de la digestión, cerrando su boca y no permitiéndole otro signo de vida que una sonrisa de estúpida fijeza.
El doctor Trevexo se sentó en el sofá, al lado de dos caballeros, uno muy flaco y el otro sumamente grueso. El flaco era un hombre alto, con una cabeza diminuta.
Cuando despertó, fue de golpe, con un estremecimiento nervioso que le conmovió de los pies a la cabeza, haciéndole saltar del sofá como a impulsos de un resorte.
Te agradezco muchísimo ese sentimiento, Mundo.... Yo también he tenido que luchar bastante tiempo con mi corazón para resolverme a separarme de ti.... ¡Mientes! dijo él de rodillas aún, con los codos apoyados sobre el sofá . Si me hubieses querido no serías tan cruel, ¡tan infame! La dama permaneció un instante silenciosa mirándole por la espalda con ojos irritados.
Pocas veces he visto amargura más agotada y tranquila que la de sus ojos cuando concluyó. Por mi parte, no podían apartar de los míos aquella adorable belleza del palco, sollozando sobre el sofá...
¡Infame! contestó María apretando los puños con rabia , me pones entre la espada y la pared. Una hora después de esta escena, María estaba medio recostada en un sofá; el duque, sentado cerca de ella; Stein en pie, tenía en sus manos las de su mujer, observando el estado del pulso. No es nada, María dijo Stein . No es nada, señor duque: un ataque de nervios que ya ha pasado.
Al cabo de una hora, hallándose los dos sentados en el pequeño sofá donde tantos coloquios amorosos habían pasado, ella le dirigió una larga mirada compasiva y le dijo con sonrisa triste: ¿Sabes una cosa, Mundo?... Que hoy es el último día que nos vemos así solos y juntos. El joven la miró con estupor, sin comprender, o sin querer comprender.
Hablaba como si escupiera las palabras, con voz desafinada y poco grata, y seguía escribiendo, mientras don Bernardino, en el sofá, declamaba, desganado, el introito de toda visita; la pluma dió el último arañazo al papel, cerró la carta S. E. y llamó. El negro barrigudo presentóse, haciendo reverencias. Esa carta al Congreso ordenó el señor ministro.
Al cabo de unos momentos, éste, que se había dejado caer en un sofá y permanecía inmóvil, con la cabeza abatida sobre el pecho, dijo a su cuñado: Perdóname, Pablo... Deseo quedarme solo... No estoy en este momento para hablar. Pablito se apresuró a retirarse. Pasó un largo rato. La puerta se abrió de nuevo sin que el joven lo sintiese.
Palabra del Dia
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