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Con voz de escaso timbre y algo desafinada, como la de todos los sordos, pues lo era él y más que en grado de «teniente», me dijo: No le pido a usted perdón por los hábitos y ocupaciones en que me encuentra, porque si tuviera a mengua emplearme tan a menudo como me empleo en estas rudas labores, no me empleara.

En suma, si la aventura que se murmuró por entonces en los bastidores de un teatrillo, y en la mesa redonda de la Alavesa, parece indigna de la prosopopeya tradicional en la mirandesca estirpe, cuando menos es justo consignar que la heroína era la más divertida, sandunguera y comprometedora zapaquilda de cuantas mayaban desafinada y gatunamente en los escenarios de París.

Hablaba como si escupiera las palabras, con voz desafinada y poco grata, y seguía escribiendo, mientras don Bernardino, en el sofá, declamaba, desganado, el introito de toda visita; la pluma dió el último arañazo al papel, cerró la carta S. E. y llamó. El negro barrigudo presentóse, haciendo reverencias. Esa carta al Congreso ordenó el señor ministro.

Más adelante se me llamó ya por mi nombre sin suprimir en absoluto la fórmula de precederlo por la palabra señor, pero olvidándola con mucha frecuencia. Sucedió después que el «señor de Bray» yo decía ordinariamente señor de Bray no estuvo de acuerdo con el tono de nuestras conversaciones: y cada uno de nosotros lo advirtió como nota desafinada que hiere el oído.

La humanidad es una misma edición; sólo varían las cubiertas; unos cuantos ejemplares de lujo y los demás a la rústica; pero el contenido es igual. Luego toco un poco el piano. Y aquí viene una escena que quiero contarte. Ya sabes que Ricardo tiene una voz de tenor muy fuerte, pero muy desafinada, porque carece de buen oído para la música.