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¿Quién se lo ha dicho a usted? repuso vivamente, asiéndome por el cuello. ¡Oh! no nada. Prefiero esto, porque no sobreviviría a semejante golpe. Desde mi partida, desde hace tres meses, ha abandonado la Opera y nadie tiene noticias de ella. ¿Qué le han dicho sus compañeras? ¡Barbaridades!

Por fin te encontré me dijo otra máscara esbelta, asiéndome del brazo, y con su voz tierna y agitada por la esperanza satisfecha. ¿Hace mucho que me buscabas? No por cierto, porque no esperaba encontrarte. ¡Ay! ¡Cuánto me has hecho pasar desde anoche!

Vea usted exclamó asiéndome de un brazo con una especie de delirio, ¡vea qué hermoso es el sol!... ¡Y he de perder todo esto! ¡Ah! deje que aun disfrute de ello, que saboree por completo este alegre y sereno día que para no ha de tener un mañana. Y antes que yo pudiera detenerle, lanzose corriendo al parque, y desapareció por una de las alamedas.

A unos cuantos pasos de allí, el aspecto del barranco cambia todavía. Aquí el fondo no es más que un pequeño reguero practicado por el agua en arcilla dura, casi rocosa; no sin pena, consigo pasar por el desfiladero asiéndome de algunas ramas que se mecen sobre mi cabeza.

Levantóse y asióme por la cabeza, y llegóse a olerme; y como debió sentir el huelgo, a uso de buen podenco, por mejor satisfacerse de la verdad, y con la gran agonía que llevaba, asiéndome con las manos, abríame la boca más de su derecho y desatentadamente metía la nariz, la cual él tenía luenga y afilada, y a aquella sazón con el enojo se habían augmentado un palmo, con el pico de la cual me llegó a la gulilla.

Y como debió sentir el huelgo, a uso de buen podenco, por mejor satisfacerse de la verdad y con la gran agonía que llevaba, asiéndome con las manos, abríame la boca más de su derecho y desatentadamente metía la nariz, la cual él tenía luenga y afilada, y a aquella sazón, con el enojo, se había aumentado un palmo. Con el pico de la cual me llegó a la gulilla.

Se estremeció ligeramente y miró en torno. Después se lanzó hacia y asiéndome el brazo dijo: ¡No estés en pie! ¡No, siéntate! Estás herido. ¡Aquí, siéntate aquí! Me hizo sentar en el sofá y apoyó la mano en mi frente. ¡Cómo te arde la frente! dijo cayendo de rodillas a mi lado. Reclinó la cabeza sobre mi pecho y la murmurar: ¡Pobre amor mío! ¡Cómo te arde la frente!