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El señor de Maurescamp, después de leer esto, dobló el billete, púsolo en el sobre y lo entregó al muchacho, alejándose en seguida. Hora y media después, el duelo tenía lugar en el bosque de Mames, y el señor de Maurescamp había recibido una herida en medio del pecho. Creyose por mucho tiempo que no sobreviviría, pues sus pulmones estaban atacados. Pero la fuerza de su temperamento lo ha salvado.

La pobre mujer acabó por arrojarse a mis pies, con las manos juntas, suplicándome que fuese honrado y preguntándome con lágrimas en los ojos, si no era feliz, si podría serlo jamás tanto, si podría serlo a expensas de su reposo, de su honor y aun de su vida... porque ella no sobreviviría a su deshonra... En fin, ella venció.

Esta cuestión capital me trabajaba la mente, pero sin determinar en ella la más leve decisión precisa que se pareciese ni a la honradez, ni al proyecto formal de cometer una infamia. Lo único acerca de lo cual no tenía duda y sin embargo permanecía indeciso, era que una caída mataría a Magdalena y que estaba fuera de toda posible discusión, el que yo no le sobreviviría ni una hora.

Algunos se resfriaron, entre otros el enfermo que llamaba a las puertas, el cual tuvo una inflamación pulmonar, y durante algunos días estuvo a la muerte. Al menos, el doctor afirmaba que cualquier otro, en su lugar, no sobreviviría.

Sin su consentimiento, y casi a pesar suyo, su joven hermana le prestaba los más asiduos cuidados sin que la Condesa sospechase la causa, queriendo aquélla al menos, si no podía salvarla, ocultarle hasta el último momento el golpe fatal que la amenazaba; porque los médicos de Granada, que pretendían no engañarse, habían anunciado que la Condesa no sobreviviría al otoño, y corría a la sazón el mes de septiembre.

Mi ausencia significaría que yo había muerto y sabía que en tal caso el Rey no me sobreviviría cinco minutos. Dejando por el momento a Sarto y su gente, referiré lo que hice por mi parte aquella memorable noche. Salí del palacio de Tarlein montando el mismo vigoroso caballo en que regresé del pabellón de caza a Estrelsau el día de la coronación.

¿Quién se lo ha dicho a usted? repuso vivamente, asiéndome por el cuello. ¡Oh! no nada. Prefiero esto, porque no sobreviviría a semejante golpe. Desde mi partida, desde hace tres meses, ha abandonado la Opera y nadie tiene noticias de ella. ¿Qué le han dicho sus compañeras? ¡Barbaridades!