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Por unas lumbreras de vidrios multicolores y cubiertas de telarañas, que, abiertas muy junto al cielo raso, parecían nidos luminosos, entraba a la sala un débil resplandor, apenas suficiente para permitir que se distinguieran en la obscuridad los grandes armarios que se alineaban a lo largo de las paredes.

Ya he visto bastante dijo con acento de cansancio. Esto es un gran espectáculo... para el invierno. Allí, á cielo raso, oyendo de lejos el estrépito de las máquinas, viendo cruzado el espacio por las columnas de humo de las chimeneas, gozaban los dos de la frescura del crepúsculo. Es una vida dura dijo el doctor, que seguía pensando en los obreros del fuego.

Aquella noche la pasaron amo y mozo en mitad del campo, al cielo raso y descubierto; y otro día, siguiendo su camino, vieron que hacia ellos venía un hombre de a pie, con unas alforjas al cuello y una azcona o chuzo en la mano, propio talle de correo de a pie; el cual, como llegó junto a don Quijote, adelantó el paso, y medio corriendo llegó a él, y, abrazándole por el muslo derecho, que no alcanzaba a más, le dijo, con muestras de mucha alegría: ¡Oh mi señor don Quijote de la Mancha, y qué gran contento ha de llegar al corazón de mi señor el duque cuando sepa que vuestra merced vuelve a su castillo, que todavía se está en él con mi señora la duquesa!

Los sembrados de maíz, cuyos cotiledones comenzaban a salir de la tierra, hacían de trecho en trecho cuadrados de raso verdegay.

Y sale del cuarto seguida de su doncella, que le lleva recogida la cola, una espléndida cola de raso color crema. ¡Cada día va estando más linda esta Clotilde! dice el estudiante del doctorado, dejando escapar un imperceptible suspiro. D. Jerónimo da una enorme chupada al cigarro y queda envuelto instantáneamente en una nube de humo.

Yo me creí arrostrado por aquel empuje descomunal, figurándoseme que iba en el vientre de un mónstruo deforme. Sentí escalofrios en toda la espalda, y con los cabellos erizados y un estremecimiento nervioso que no podia evitar, salí á cielo raso.

Miré el reló que tenía a la cabecera de la cama, y vi que eran poco más de las ocho. A pesar de la falta que me hacía dormir un buen rato más, levantéme y abrí todo el cuarterón. El poco cielo que veía desde allí, estaba raso y azul como un paño de seda, y el sol bañaba ya todos los picachos del Oeste.

Pero podría asegurarse que no rezó con el Almirante la pragmática, pues sin tantas razones se exceptuó al comendador de Lares Frey Nicolás de Ovando en 26 de Septiembre de 1501, mandando que por el tiempo que en las islas y tierra firme estuviera por gobernador, «pudiera vestir y cubrir su persona de raso de colores, de brocados de seda e paños e joyas, seda, oro e piedras preciosas sin embargo ni impedimento alguno », y más lata concesión se hizo posteriormente en favor de la virreina doña María de Toledo, expresando en la cédula la facultad de aplicar oro y joyas á la montura y arreos de las cabalgaduras que usara.

Desde el lavadero público hasta el alto de Agua santa, ameno y risueño, se había esparcido la gente, sentándose, si podía, a la sombra de un vallado o en la pendiente de un ribazo, y si no, donde Dios quería, al raso, sin paraguas ni quitasol.

Les había hecho sufrir varios cambios, aunque siempre sobre la base del amarillo, cubriéndolos con damasco, primero, con seda brochada después, y últimamente con raso basteado, capitoné que ella decía, en almohadillas muy abultadas y menudas, que a don Saturnino se le antojaban impúdicas.