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Actualizado: 4 de julio de 2025


Invariablemente llevaba la mano izquierda apoyada en la reluciente empuñadura del machete, la derecha suspendida por el pulgar en la parte delantera del cinturón, jugando como al descuido con la cadena virgen seguramente en poder del cabo , el kepí volteado con aire coqueto sobre la oreja y echando sombra sobre un ojo de color blanquizco, que parecía hacerle guiños a una nariz arremangada y carnuda, que emergía de entre unos bigotes semirrubios y enmarañados, que eran el orgullo de su propietario.

Uno de sus perros murió con la cabeza apoyada en sus rodillas, mirándolo hasta el último instante con sus ojos apagados y tristes, y cuando lo vio ya rígido, cuando sintió frío e inerte el cuerpo antes vibrante bajo sus caricias, cuando hubo comprendido el misterio de la muerte, el llanto, un llanto mudo y copioso se desbordó de sus ojos.

También los hay en la realidad, que es una gran novela. Permaneció largo rato apoyada en la barandilla: sus labios se movían como si hablase. Por fin, transida de frío, se entró al cuarto y cerró el balcón. Entonces vio caído en el suelo un papel y recogiéndolo murmuró con desprecio: ¡Ah, , el dinero! Y quedó como ensimismada.

Entonces la asedié con mayor empeño: insistí, supliqué, lloré..., y conseguí que ella llorara también. Comenzaban los diques a quebrantarse, y esta era una buena señal. »Mientras lloraba, con la frente apoyada sobre mi pecho, yo la hablaba dulcemente al oído, y el corazón me iba diciendo que las durezas se ablandaban y que el torrente se desbordaría.

Había cambiado mucho, pero mucho más que podían apreciar quienes estaban cerca de ella a todas las horas del día. Un perrito épagneul dormía a sus pies con la cabeza apoyada sobre la punta de sus pantuflas. Tenía al alcance de la mano, sobre un velador adornado de flores, pájaros enjaulados, que ella cuidaba, y cantaban alegremente en medio de aquel jardín de invierno.

Aviraneta meditaba, la mejilla apoyada en la mano. A cada instante se oían los pasos de los que subían por la escalera 7, y como esta era endeble y estaba tan cerca de las cabezas de los tres sujetos, parecía que se les venía la casa encima siempre que un patriota se encaramaba a los aposentos altos.

De vez en cuando se desprendían algunos para ir a entretener la espera en la taberna más cercana. Cuando volvió a salir la comitiva, los pobres se abalanzaron, riñendo y manoteando bajo los puñados de monedas. Para todos había. El maestro Gallardo era rumboso. La señora Angustias lloraba, con la cabeza apoyada en el hombro de una amiga.

Algunos rescoldos brillaban aún en el hogar, y bajo la inmensa campana de la chimenea estaba sentado en la sombra Jerónimo de San Quirino, envuelto en un gran capote de estameña, con su barba rojiza terminada en punta, un grueso garrote entre las rodillas y la carabina apoyada en la pared. ¡Buenos días, Jerónimo! dijo la anciana.

Salieron todas juntas delante la Albornoz, apoyada en el brazo de Margarita; en mitad de la escalera volvióse aquella muy animada: Como despacharemos tarde, me llevaré a comer a mi ahijada. ¿Me da usted su permiso? ¡Pues no faltaba más, condesa! ¡Gracias, querida, gracias!...

Habían empezado á caminar, é insensiblemente se dirigieron hacia el pueblo. Ricardo marchaba á pie, con una mano apoyada en el cuello del caballo y los ojos en alto, para ver á Celinda mientras hablaba. Los peones, dando por terminado el trabajo, recogían sus herramientas.

Palabra del Dia

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