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Actualizado: 4 de junio de 2025
Á su lado y apoyada en el parapeto del puente, la baronesa parecía el tipo acabado de las altivas castellanas de la época.
La devota entró en su cuarto y volvió al poco rato con una cajita que mostró al joven, diciendo cariñosamente: Aquí está. Es mía, es nuestra. Y al decir esto se acercó á él con la caja, sostenida en las dos manos y apoyada en el seno.
No te creerá; y si te creyese, ¿qué adelantarías? En vez de impedir mi venganza, como es la suya también, me ayudará. Hubo un largo silencio. El conde meditaba con la frente apoyada en la mano. De pronto se alzó violentamente y se puso a dar agitados paseos murmurando: ¡No puede ser! ¡no puede ser! La valenciana le seguía con la vista. Al cabo, dijo dando un paso hacia la puerta: Adiós.
La pobrecilla pasaba muy malas noches. Padecía insomnios, y ataques de convulsión que la obligaban a dejar el lecho por algunas horas y a pasearse por el aposento, apoyada en el brazo de Angelina. ¡Es para mí una hermana de la Caridad! me decía la tía Carmen. Conmigo no tiene la pobrecilla sueño tranquilo.
Apenas contestaba a las preguntas que de vez en cuando le hacía doña Gertrudis, y eso con tal brevedad, que cortaba en la buena señora las ganas de menudearlas. Cuatro o cinco veces se había levantado ya de la silla y había ido hacia el balcón, permaneciendo largo rato detrás de él con la frente apoyada en los cristales sin que nadie supiera lo que miraba.
Había visto primero a otras mujeres junto a la celosía y a doña Ana en oración, junto al altar. Al pasar otra vez había visto ya a la Regenta con la cabeza apoyada en el confesonario, cubierta con la mantilla... y vuelta a pasar y ella quieta... y otra vez... y siempre allí, siempre lo mismo.
Y bien Magdalena dijo con ternura, reflexiona, te lo suplico... Piensa que puedes darme una gran alegría... Apoyada en la abuela, que me tenía abrazada y bien apretada contra ella, prometí todo lo que ella quiso... Tengo, pues, seis días para descubrir si quiero o no ver al señor X... ¡Ah! llévese el diablo al señor X... y al notario con él... San José ha escuchado demasiado bien a la abuela...
Iba á retirarme: ella cayó de rodillas cerca, de un canapé, y estalló en sollozos, con la frente apoyada sobre mi mano que había cogido. Yo había visto correr, hacía poco tiempo, lágrimas más bellas y más dignas; sin embargo, me hallaba conmovido. Veamos, mi querida señorita le dije, aún no es tarde, ¿es cierto? Ella sacudió con fuerza la cabeza. Pues bien, mi querida niña, tenga valor.
Recapituló a mi presencia el empleo de sus noches de toda la semana, pero sin mi presencia, por supuesto. ¿ Me acompañarás esta noche? le preguntó a su marido. Me pides una cosa que creo no haberte negado nunca replicó el señor De Nièvres con bastante frialdad. Me siguió hasta la puerta de su gabinete, apoyada en el brazo de su marido, erguida, confiada en aquel sólido apoyo.
Melchor quedó un largo rato con la cabeza apoyada en la mano izquierda contemplando la carta que conservó en la derecha, mirándola con los ojos desmesuramente abiertos, como si pretendiera ver algo más allá de aquellos renglones trazados por la mano de su madre idolatrada, hasta que de pronto la llevó a sus labios y la besó...
Palabra del Dia
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