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Hablaron en voz baja, con las miradas confundidas y los corazones agitados. Hacían una pareja encantadora. Mientras tanto, Salvador, acompañando a doña Rebeca, iba gustando una cruel amargura insoportable. Carmen no le parecía la misma. No era su hermanita de Luzmela ni su protegida de Rucanto.

Desatose un recio temporal, y viento y agua, hondamente agitados, azotaron el buque, que, incapaz de maniobra, fluctuaba a merced de las olas. Los vaivenes eran tan fuertes que se hacía difícil el trabajo, lo cual, unido al cansancio de la tripulación, empeoraba nuestro estado de hora en hora.

En Islandia la «última Thule» de los antiguos le enseñaron trozos de caoba que la corriente ecuatorial había arrastrado desde las Antillas. En las costas de Noruega admiró la fecundidad formidable del mar viendo los arenques en marcha. De su refugio en las tenebrosas profundidades subían á la superficie, agitados por la primavera, deseosos de tomar su parte en la alegría del universo.

La última consistía en jugar cuatro en diversas mesas, siguiendo un «sistema» común que el pianista juzgaba infalible. Después de tomar el café, todos los habitantes de la lujosa «villa» parecieran agitados por una comezón que no les dejaba continuar en sus asientos. Castro se marchó el primero, anunciando que iba al Casino.

En el fondo de la primer lancha, vi a un hombre de elevada estatura, con calañés, en posición de Conde de Luna cuando pregunta desde cuando acá los muertos vuelven a la tierra; era el barítono, seguramente. A su lado, una mujer rubia, y buena moza, apretaba un perrito contra el seno y tenía los ojos agitados por el terror. ¿Perrito? Contralto.

El fulgor purpurino de la tarde caía directamente sobre su rostro y hacía resaltar claramente los pliegues y las arrugas que se habían grabado en él durante esos tres últimos años. Penas sombrías parecían asediar su frente; sus ojos habían perdido el brillo y sus labios estaban agitados por un movimiento nervioso en que creí leer a la vez una melancólica sumisión y una impotente rebeldía.

El acto había estado brillantísimo; en el fondo del salón ocupaban un estrado, ricamente dispuesto, los cien alumnos del colegio, con sus uniformes azules y plata, agitados todos por la emoción, buscando con los ojillos inquietos, arreboladas las mejillas y el corazón palpitante, entre la muchedumbre que llenaba el local, al padre, a la madre, a los hermanos que habían de ser testigos y partícipes del triunfo.

Y se sintió tan deliciosamente refrescado que olvidó no sólo los cuidados presentes, sino hasta los placeres pasados. Una luz nueva iluminó su espíritu; comparó de una sola ojeada sus antiguos amores, agitados y cenagosos como un charco, con la dulce limpidez de la felicidad legítima. Es la historia de todos los maridos jóvenes.

Los inmediatos cañaverales se estremecían agitados por la carrera medrosa de los hombrecillos. Gillespie iba á tenderse otra vez en la arena, convencido de que nadie osaría ya atacarle, cuando sintió que algo se agitaba debajo de uno de sus pies.

Apoyándose en un palo, dando tiempo a que anocheciese, deteniéndose a cada rato para recrearse mirando el paisaje, no tardó mucho en llegar al cerro que domina el caserío de Naya, tan oportunamente que vino a caer en medio del baile que, al son de la gaita, bombo y tamboril, a la luz de los fachones de paja de centeno encendidos y agitados alegremente, preludiaba a los regocijos patronales.