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Actualizado: 16 de julio de 2025


Algunas se presentaban arreboladas y jadeantes por el apresuramiento, temiendo haber llegado tarde al espectáculo... Un inmenso grito: «¡Ya viene!... ¡Allí estáMiles de manos señalaban un punto vago en el horizonte.

Después de la otra tarde en el Caño Dorado, de las cosas que me dijiste... yo necesitaba hablar. Tus amigas no me dejaron. Además, llorabas como si fueses a morir. ¡Pero si yo no dije nada! exclamó la muchacha con las mejillas arreboladas . Y si dije algo, no lo recuerdo. No sabía lo que hablaba; estaba borracha.

Se inclina, saluda con la espada; allá, en el extremo de la calle, con las mejillas arreboladas y los ojos brillantes, agitando su pañuelo, está lo que busca, la mujer de su hermano. La joven ríe, hace señas, se empina; quiere seguirlo con los ojos hasta que desaparezca en el torbellino de polvo.

El acto había estado brillantísimo; en el fondo del salón ocupaban un estrado, ricamente dispuesto, los cien alumnos del colegio, con sus uniformes azules y plata, agitados todos por la emoción, buscando con los ojillos inquietos, arreboladas las mejillas y el corazón palpitante, entre la muchedumbre que llenaba el local, al padre, a la madre, a los hermanos que habían de ser testigos y partícipes del triunfo.

Cecilia escuchaba estos dichos con la sonrisa, en los labios y ruborizada. Desde que habían comenzado los preparativos de boda, sus mejillas, antes tan pálidas, estaban casi siempre arreboladas. Esta animación y el brillo que la felicidad prestaba a sus ojos, si no bonita, la hacían interesante y simpática. No hay muchacha que en vísperas de casarse deje de serlo más o menos.

Brillaban sus negros ojos, por entre las largas y sedosas pestañas, como la luz del sol que arreboladas nubes mitigan. Era su tez como de leche y rosas. Esbelto su talle: elevada su estatura. A pesar de las flotantes y blancas ropas que velaban su cuerpo, se presentía y se adivinaba que era todo él maravilloso y armónico conjunto de perfecciones casi divinas.

Cinco minutos de diálogo bastaron para que variase de expresión el rostro de la desenfadada chula, que al oír el nombro de Tirso exclamó: ¡Ave María Purísima! ¿Es decir que Vd. ha venío aquí creyendo que yo estaba liá con el señorito Pepe? Paz, con las mejillas arreboladas por la vergüenza, respondió tímidamente. ¡! ¡No sabe Vd. lo que he sufrido!

Palabra del Dia

godella

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