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Como no era noche de tertulia, había en ella muy poca gente; y yo, sin pararme a considerar si faltaba o no a «las conveniencias», y atenta sólo a lo que me interesaba, le conduje al gabinete mismo en que el banquero «se me había declarado»; elegí un sitio en él donde pudiéramos hablar sin servir de espectáculo a la gente del saloncillo; senteme allí, y roguele a él, con una mirada y un golpecito con la mano en el sillón inmediato, que se sentara también.

Conduje al cura al jardín. ¡Pobre selva virgen! Me recordaba días tristes; sin embargo, sentí cierto placer recorriéndolo en todo sentido. Y luego, asediábame la mente el recuerdo de algunas horas deliciosas, recuerdo todavía encantador para mi, a pesar de la amargura de las decepciones que habían sucedido a un instante de felicidad.

Pocos días después se celebró la boda. El invierno se despedía con una rigurosa helada. El recuerdo de un dolor físico se mezcla aún hoy como sufrimiento ridículo, al sentimiento de mi pena. Apoyada Julia en mi brazo, la conduje todo lo largo de la iglesia, atestada de gente, según costumbre provinciana. Estaba pálida como un cadáver, temblorosa de frío y de emoción.

Después lo conduje yo mismo a la habitación inmediata. Hermano le dije, de haber sabido yo que Vuestra Alteza se hallaba aquí, no hubiera vacilado un momento en solicitar de la Princesa permiso para conducir a Vuestra Alteza a su lado. Me dio las gracias, pero con mucha frialdad. Sin negar al Duque algunas buenas cualidades, no tenía la de saber ocultar sus impresiones.

La tentativa fue muy débil primero, pero luego aceleró algo el paso, y, sin mencionar ninguno de los dos lo que había sucedido, la conduje por la larga avenida hasta la casa. Una vez dentro, me manifestó que era innecesario llamar a la señora Gibbons, y en voz muy baja me imploró que callase todo lo que había presenciado. Tomó mi mano entre las suyas y la retuvo.

Es una historia que os aclarará muchas... es la de mis primeros amores... en que me conduje como un miserable... Pero no anticipemos. Tenía, señora, veintiún años, y por extraño que parezca, no había amado todavía... Tenía entonces, de las mujeres y del amor, una idea extraordinariamente elevada, casi santa.

A la noche siguiente dejé muy tarde la mesa en que acababa de comer en compañía de Flavia y la conduje hasta la puerta de sus habitaciones. Allí besé su mano y me despedí de ella deseándole tranquilo reposo. Inmediatamente cambié de traje y salí. Sarto y Tarlein me esperaban con tres hombres y los caballos. Sarto llevaba consigo una larga cuerda, y ambos iban bien armados.

Cuando llegamos a Londres, me manifestó el deseo de ver a la señora Percival, y como se negara a volver a vivir bajo el mismo techo con Dawson, la conduje al York Hotel, en la calle Albemarle; después, en el mismo coche, me encaminé a la plaza Grosvenor, informando a la señora Percival dónde estaba mi amada.

Apenas le quedan unos momentos de vida... Sea usted valerosa... Dios lo tendrá en cuenta... Pero, de pronto, tuve una inspiración: Elena, usted misma puede realizar la obra de salvación. El tiempo apremia... ¡No me atrevo!... La infeliz temblaba, quebrantada por la emoción, y yo la conduje al lado del moribundo. ¡Padre! ¡Padre querido! Dime otra vez que quieres ser cristiano...

Lo admirable de estas palabras está en que eran ingenuas, como todas las que salieron de la misma boca durante tantos años. Seguimos hablando por el estilo, cuidando yo de encomendar la menor parte de la tarea al enfermo para no fatigarle, y conduje la conversación al extremo que deseaba. Y pregúntele, después de encauzada á mi gusto: Pero, ¿no hay algún síntoma, algún anuncio de esos temporales?