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Actualizado: 7 de junio de 2025
Es el funcionario inamovible encargado de advertir á los gorriones que el trigo no se ha sembrado para ellos. ¡Ah! los gorriones, lo más canalla de la creación, la casta de pillos y rateros más desvergonzados que hay sobre la tierra.
Junto a él, sin miedo alguno, gorriones entumecidos se secaban el plumaje sobre el parapeto. Otros se tomaban del pico amorosamente. Ya se distinguían, a pocos pasos, las rojas amapolas y las borrajas azules, abriendo sus pétalos entre las hierbas infinitas que crecían sobre el adarve, con más vigor que en el campo. La niebla comenzó a disiparse, a hacerse más nacarada, más diáfana.
Era grato escuchar el pío, pío de los ateridos gorriones, guareciéndose por centenares en una washingtonia que había cerca de casa, como en una gran pajarera: era grato ir a dar de comer a los animalitos exóticos que don Rosendo tenía en su finca, salvando en almadreñas la distancia que separaba sus cobertizos de la casa: era grato también quedarse adormecido en una butaca al pie de la chimenea con el cigarro en la boca y la botellita de ron delante, mientras Cecilia leía un cuento interesante o algunos versos sonoros y armoniosos.
Alejo era un joven bastante feo, hijo de honrados padres, chico de estudio, de sanas y muy honestas costumbres, pobre de solemnidad, y bueno como una manzana. Vivía encajonado en su buhardilla, y desde allí contemplaba los gorriones que iban á pararse en la chimenea y los gatos que retozaban por el tejado.
Por cierto que el gorrión no es un pájaro muy agradable que digamos; su plumaje es incoloro y feo, su canto carece de melodía y algunas personas lo acusan de ladrón y de inmoral, lo que me resisto a creer. No sé tampoco que las babosas hayan pasado alguna vez por animalitos poéticos, y sin embargo, desde el instante de que acabo de hablar tengo locura por gorriones y babosas.
Dejemos esto: oigo la campana de Bussieres que toca el Angelus; vale más rogar que escribir. Secaré mis lágrimas y diré, para mí sola, aquel rosario al cual mis pequeñuelas respondían siguiéndome otras veces, y que oirán hoy solamente los gorriones que se acuestan debajo de las hojas o en las grietas de las piedras.
En cuanto los chicos le divisaron corrieron a rodearle como un bando de gorriones alborotadores. Don Germán se sentó a descansar en uno de los bancos de piedra, charlando, riendo con ellos. Sus carcajadas llegaban alegres, sonoras, como en otro tiempo a los oídos de Elena, pero ahora sin saber por qué ¡ay! le partían el corazón.
Este es un prodigio para entenderse con toda clase de bichos manifestó Elena . Figuraos que ha llegado a domesticar un bando de gorriones... ¿Os sorprende...? Pues es como lo oís. Un día entraron en nuestra habitación por casualidad. Germán cierra los balcones y no sé qué hace con ellos. Al día siguiente vuelven, y lo mismo. En fin, llegaron a dormir en nuestro gabinete encima de las lámparas.
Las que ya habían llenado sus cántaros sentábanse en los bordes de la balsa, con las piernas colgando sobre el agua, encogiéndolas luego con escandalizados chillidos cada vez que algún muchacho bajaba á beber y miraba á lo alto. Era una reunión de gorriones revoltosos.
Si no te hubieras soterrado en tu dolor como un topo en su cueva, si no hubieras huido ante todo rostro humano, sabrías desde hace tiempo lo que hasta los gorriones se cuentan en los techos: que en la mañana de su muerte, yo recibí una carta de ella... Tú, tío, de ella... ¡Oh, amigo mío! Me estás rompiendo los huesos. Escúchame primero tranquilamente. Y le contó lo que contenía la carta.
Palabra del Dia
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