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Por los cristales agujereados entraba el soplo gélido de los huracanes, y la colcha rameada de la camita temblaba estremecida por aquellas ráfagas yertas, que adquirían voz de sortilegio y de amenaza.

Los soldados, con uniforme de gala y las manos yertas dentro de los guantes de algodón, iban a visitar las estaciones, turbando el general silencio con el arrastre acompasado de sus pies e impregnando el ambiente de ese olor de salud, mezcla de carne sudada, cuero y lana burda.

Los disgustos de sus compañeras, no sólo no la conmovían, sino que despertaban en sus labios una sonrisa cruel, que las dejaba yertas. Luego tenía, de vez en cuando, accesos de furor que la habían hecho temible y odiosa. En cierta ocasión, a una niña que le había dicho algunas palabras ofensivas le echó las manos al cuello y estuvo muy próxima a asfixiarla.

Un relámpago de sorpresa cruzó por las pupilas trasparentes y yertas de Sobrado; mas al punto se plegó su delgada boca, y diríase que le habían cerrado el semblante con llave doble y selládolo con siete sellos. Era otro Baltasar distinto del mancebo gracioso, halagüeño y felino de las horas veraniegas. Amparo notó que representaba diez años más.

Quedó mi corazón como ese Cielo ceniciento, como esas hojas mustias, como esas hojas yertas y crispadas... ¡Ay! pensé: el mismo octubre fué, sin duda fué en esa misma noche cuando vine al través del horror y de la bruma aquí trayendo mi doliente carga... ¡Oh, noche infausta, infausta cual ninguna! ¡Oh! ¿Qué infernal espíritu me trajo a esta región fatal de la tristura?

Y fué su llanto de lágrimas de oro, de besos de quebranto, y de terror, después que vió a sus vírgenes completamente yertas, después que vió a sus islas completamente muertas, Y sobre todo, muerto para él, todo el amor. Mirad.

Vimos en nuestro camino infelices bestezuelas, muertas por un extraviado perdigón de plomo y sirviendo de pasto a las hormigas; musgaños con el hocico lleno de polvo, picazas, golondrinas derribadas al vuelo, tendidas de espaldas y levantando sus yertas patitas hacia el cielo, de donde descendía la noche precipitadamente, como suele en otoño, clara, fría y húmeda.

Con la sonrisa en el labio Y con la miel en el alma Un dia tuve de calma Al presentir la amistad. Falsedad! Sus manos estaban frias, Yertas quedaron las mias Y volví á la soledad. Culto á la patria rendí, Y por conquistar un nombre Que lustre diese á mi nombre Combatí por su pendon. Ilusion! Alcancé lauro bastardo, Y una corona de cardo Fué todo mi galardon. Azoten mi sien tus alas!

A la puerta del salón le cerraba el paso una cosa tendida en el suelo; alzó el pie; era Perucho, en cueros, acurrucado. No se le oía el llanto: veíase únicamente el brillo de los gruesos lagrimones, y el vaivén del acongojado pecho. Compadecido el capellán, levantó a la criatura. Sus carnes, mojadas aún, estaban amoratadas y yertas. Ven por tu ropa le dijo . Llévala a tu madre para que te vista.

Parecía no haber, en lo humano, consuelo para ella, ni fuerzas capaces de arrancarla del borde de la cama, donde besaba las manos yertas «del su señor», y ponía a Dios por testigo de lo mal que le había pagado en vida los beneficios que le debía.