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En los aleros y canalones habían hecho sus nidos las golondrinas, y en los altos árboles se cobijaban cornejas y lechuzas que lanzaban de noche su grito siniestro. El jardín era un jardín abandonado, con un estanque misterioso y sombrío, a cuyas orillas los chopos, desprendiéndose de sus hojas, durante años rodearon de láminas de plata.

Era de un solo piso, vetusta; gran corredor de madera ya carcomida, cubierto casi todo él por una vigorosa parra, que lo aprisionaba por debajo con sus mil brazos secos y le servía de hermosa guirnalda por arriba; el vasto alero del tejado poblado de nidos de golondrinas; la puerta de la calle negra por el uso y partida al medio como las de toda aquella comarca; por entrambos lados huerta, cuyos árboles frutales aventajaban con mucho la altura de la pared.

El amor, que es la vida misma, no muere, se traslada. ¿Por ventura las golondrinas que vienen a anidar en los balcones de la Córdoba actual no aman como las que anidaban en la Córdoba antigua? ¿Y dentro de aquel montón, oscuro y melancólico, de casas no hay risas, no hay suspiros, no se vierten lágrimas de amor?

Nosotras somos «golondrinas» dijo Marcela , lo mismo que esos segadores italianos que llegan todos los años en el momento de la cosecha, recogen sus jornales y se vuelven a su país. Es lo mejor. Maltrana sonrió contemplando a esta banda de cocotas golondrinas que anualmente levantaban el vuelo desde París si las noticias de la cosecha eran buenas.

Maissonnave lo tomó como una ofensa personal, y me desafió, ¡a , que, como el don Diego de Flor de un día, mataba las golondrinas con bala y era digno rival en esgrima de mi maestro valenciano don Juan Rives! Pero mis creencias religiosas no me permitían batirme. Así se lo dije a Maissonnave en una carta; pero añadiéndole que aquellas creencias no me impedían defenderme.

Después de servirse un espléndido buffet, los novios partieron a su rica posesión de los Robledales, en Aragón». Y quien habla de las golondrinas claro está que se refiere igualmente a toda la caterva de pájaros que habían sentado sus reales tanto en las huertas de Nieva como en los inmensos pinares que bordaban las orillas de su ría.

Desde Sevilla su padre le escribía muy a menudo, y cada cinco o seis meses venía a hacerle una visita; pero jamás intentó llevarle a pasar las vacaciones en su casa. El pobre colegial, al llegar el mes de junio, veía partirse a todos sus compañeros alegres como las golondrinas, y durante algunos días lloraba a solas en su cuarto.

Los más de los segadores pertenecían á la clase de emigrantes que los propietarios argentinos llaman «golondrinas»; pájaros humanos que cada año, cuando las primeras nieves cubren el suelo de su país, abandonan las costas de Europa, levantando el vuelo hacia el clima más cálido del hemisferio meridional.

Admiramos mucho al gentleman que gasta en un cubierto para él solo quinientos francos en el café de París: ¡los chinos hacen las cosas de otro modo! Anunciaron al comandante las salsas espolvoreadas con perlas finas, los nidos de golondrinas con lenguas de faisán, y la célebre tortilla de huevos de pavo real que se hace en la misma mesa matando a cada hembra para arrancarle su huevo.

En el interior de éste, los clérigos, al terminar el coro de la tarde, leían, a la verdosa claridad que se filtraba entre el follaje, los periódicos del campo carlista o comentaban entusiasmados las hazañas de Cabrera, mientras que en lo alto, indiferentes para las insignificancias humanas, revoloteaban las golondrinas en caprichosa contradanza, lanzando silbidos como si rayasen con su pico el cristal del cielo.