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Actualizado: 26 de septiembre de 2025


Pues , señor prosiguió el pastor ; es una hierba que se llama pito-real, pero que nadie ve ni conoce sino las golondrinas: si se le sacan los ojos a sus polluelos, van y se los restriegan con un pito-real, y vuelven a recobrar la vista.

Para los campesinos de antaño, el mundo, más allá del horizonte de su experiencia personal, era una región vaga y misteriosa. Para su pensamiento, que se había quedado estacionario, una vida nómada era una concepción tan obscura como la existencia, durante el invierno, de las golondrinas que volvían en primavera.

Ya que le empujaban á ello, sería valentón y jactancioso por algún tiempo, para que le respetasen, dejándole después vivir tranquilamente. Una tarde, tirando á las golondrinas en el barranco de Carraixet, le sorprendió el crepúsculo. Los pájaros tejían con su inquieto vuelo una caprichosa contradanza, reflejada por las tranquilas charcas con orlas de juncos.

«Las cumbres se han deshecho en llanuras, las llanuras son cumbres. »Son muchos los poetas secundarios, escasos los poetas eminentes solitarios. »El genio va pasando de individual a colectivo. »El hombre pierde en beneficio de los hombres. »Se diluyen, se expanden las cualidades de los privilegiados a la masa». Las golondrinas se han elevado y los cometas han descendido.

Las golondrinas, que ahora son respetadas porque le arrancaron a Cristo con el pico las espinas de la corona, serían perseguidas y muertas, y no acudirían todos los años a hacer el nido en el alero del tejado o dentro de la misma casa, ni saludarían al dueño con sus alegres píos y chirridos. Todo para la mujer estaría muerto y sin significado, faltando la religión.

Los pájaros acuden a bandadas, guiados por infalible instinto. Turban las grullas el silencio de la noche con sus agudos gritos, cuando vienen avanzando en falange simétrica y bien ordenada. Las golondrinas y mil aves cantoras, al volver de su larga emigración, saludan con blando pío, o con chirrido alegre, o con trinos variados, sus antiguas conocidas viviendas.

Cuando soplaban el mistral o la tramontana con extremada violencia, situábame entre dos peñascos al borde del agua, en medio de las goletas, de los mirlos, de las golondrinas, y allí permanecía todo el día, en esa especie de estupor y delicioso anonadamiento que la contemplación del mar produce. ¿Verdad que conocen ustedes esa grata embriaguez del alma? No se piensa, ni se sueña.

Angelina... supliqué ¿qué dijo y quién es esa pajarita? Será una golondrina de las que anidan en la torre.... ¡Adiós! Las golondrinas no son rubias, ni visten de azul. ¿Y a qué viene eso de las tentaciones? A nada. ¡Cosas mías! Por decir algo... por avivar la curiosidad del caballero.... Seriamente. Dígame usted todo. Sin duda que me ha de interesar.... ¡Ah! ¡Y que ! Pues... oigo.

Y, sin embargo, no qué extraño temor, qué singular escrúpulo, qué apenas perceptible e indeterminado remordimiento me atormenta ahora, cuando tengo, como antes, como en otros días de mi juventud, como en la misma niñez, alguna efusión de ternura, algún rapto de entusiasmo, al penetrar en una enramada frondosa, al oír el canto del ruiseñor en el silencio de la noche, al escuchar el pío de las golondrinas, al sentir el arrullo enamorado de la tórtola, al ver las flores o al mirar las estrellas.

Es en este laberinto, querida mamá, donde tiene usted que buscar a su hija. Yo misma me busco algunas veces y no me encuentro siempre. »Tenemos por lo menos veinte habitaciones inútiles y una magnífica sala de billar donde las golondrinas construyen sus nidos, pero no crea usted que las haya arrojado de allí. ¿Qué soy aquí yo misma? Un pajarillo lanzado de su nido por el frío.

Palabra del Dia

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