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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Y al día siguiente Valeria le cortaba el paso con el aspecto confuso del que dice una mentira. «La duquesa no puede recibirle; la duquesa desea estar sola.» Esta negativa inexplicable se había ido repitiendo en los días sucesivos, cada vez con mayor sequedad. Ahora era el jardinero el único que salía al sonar el timbre, hablándole á través de la verja.
Pero la actitud reservada, aunque atenta y afable de la brigadiera, le imponía respeto y le cortaba los vuelos para desahogar el pecho. Por otra parte, deseaba también entrar en la cuestión de intereses y no se atrevía, temiendo ofender su orgullo.
Evitaba el mirarlo, para no sufrir una timidez que cortaba sus palabras. Hablaba como si estuviese sola, exteriorizando su pensamiento en un monólogo. ¡Dulce noche! ¡Vida fantástica de ensueños maravillosos desarrollados en la sombra!... Ella se había visto conviviendo con él en uno de aquellos países de América hacia los cuales marchaba el buque.
Cuantos más requiebros la soltaba, cuanto más le hacía comprender que le causaban impresión sus atractivos, más indiferente y distraída se mostraba ella. Con su donaire peculiar cortaba en seco cualquier lisonja, desviaba ingeniosamente la conversación y la encauzaba hacia los temas filosóficos en que tanto se placía. Velázquez se sintió humillado.
Todos al hablar lo hacían en voz baja, como en una iglesia. De vez en cuando, este susurro se cortaba con un largo rechinamiento, con un ruido igual al de los guijarros de una costa arrastrados por la ola.
Marta pronunciaba de tiempo en tiempo palabras para interrumpir el silencio y mostrarse reconocida para con su guía; pero éste, creyendo que cumplía, en circunstancias importantes, una orden de la condesa, no respondía sino con un sí o un no y cortaba en seguida la conversación.
Tal y tan desmesurada era su elevación. Durante los meses de verano, los habitantes del valle podían admirar á su placer los majestuosos contornos de la peña, que se alzaba en el cielo diáfano y cortaba el éter cual si fuese la reina del espacio. Servíales, además, en estos meses de reloj, pues el sol hería su frente de lleno, al llegar precisamente el mediodía.
A D. Agustín le retozaban las ganas de decir: «¡Todo eso es una patraña, y V. un mentecato sin pizca de sentido común!» Pero se contenía por educación, y cortaba las discusiones diciendo en tono sarcástico preñado de cólera: Bueno, hombre, bueno; tiene V. razón... V. lo sabe todo... Conoce V. la fisiología, la anatomía, la obstetricia... para eso es V. marino... Yo no sé una palabra de esas cosas... para eso soy médico... Nada, nada, tiene V. razón... dejemos eso.
La madera era dura, el cortaplumas estaba muy afilado, y, en un movimiento un poco brusco, la hoja resbaló sobre la materia que cortaba y produjo a Enrique una cortadura bastante grande en un dedo de la mano izquierda. Cecilia lanzó un grito y se puso intensamente pálida. Un momento después se echó a reír. La herida era insignificante, aunque sangraba en abundancia.
Pegóse Tapón a la roca más lejana, que le cortaba la salida, volviéndose de nuevo muy pálido y asustado, y con el ansia mortal de la zozobra, con la desfallecida voz del miedo, dijo muy bajo: ¿Qué quieres?
Palabra del Dia
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