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Desahogaba su ira en furibundos apóstrofes, anatemas y dicterios, golpeando la mesa, lívido y descompuesto, cuando sintióse ruido de pasos y apareció la fatídica estampa del mozo de la imprenta, que volvía en busca del comenzado fondo.

Le miró todavía con ojos coléricos, le cubrió de dicterios, le amenazó con marcharse á la primera ofensa que le hiciera; pero, desahogada su cólera, consintió al cabo en quedarse. Sumisión. No volvió á rebelarse. Aquel hombre de corazón altivo, tan fiero con las mujeres que habían tenido la desgracia de amarle, rindió al fin la cerviz al yugo de la última.

Preséntase luego movido de rabiosos celos; prorrumpe en dicterios contra Doña Sol, y es encerrado en la cárcel por orden del Príncipe. El Rey, que, mientras tanto, ha prometido la mano de su hijo á la Princesa heredera de la Corona de Aragón, se muestra muy descontento de la pasión que lo extravía y distrae, por cuyo motivo pone en libertad á Don Juan, y le manda que muerte á Doña Sol.

Unos porque no se paran en psicologías, que juzgan inútiles, otros dotados de entendimiento sutil y perspicaz, porque lo aprovechan para escudriñar solamente el móvil interesado, casi nadie destapa esa mágica caja de sentimientos, y deseos, y esperanzas, y contradicciones, que se llama corazón humano. ¡Qué vergüenza sentiría Gonzalo si le dijesen que no se iba de Sarrió por no alejarse de la atmósfera que envolvía a su esposa, a quien cubría de dicterios en secreto, y afectaba despreciar ante el mundo!

Las acusaciones suyas son dicterios y palizas contra todo lo que trae entre manos, hasta la ley, que no le da cuanto necesita para despacharse a su gusto. Para él no hay atenuantes ni eximentes. Siempre pide el máximum de la pena para toda clase de delitos. Cuando habla de Villavieja, la acusa del mismo modo, porque está deseando que le echen de la carrera y de aquí.

El respetable Butrón daba puñetazos en los muebles y cruzaba a grandes zancadas el aposento, llamando a su mujer, según su costumbre, unas veces Geno, otras Veva, nunca por completo Genoveva y prodigándola con todas sus letras los dicterios de imbécil, estúpida, vieja del diablo, beata de Barrabás, que no sabiendo sino rezar el Pater noster, quería darle lecciones a él, Pirro en el ingenio, Ulises en la prudencia, Anteo en el ánimo, Alejandro en la magnanimidad y Escipión en lo afortunado.

Nadie respetaba ni se acordaba siquiera de la majestad que estaba a su lado: se proferían los dicterios más soeces. Pero el presidente, aunque estuviese arrepentido, y debía de estarlo, a juzgar por la confusión que se reflejaba en su semblante, ya no podía revocar la orden; su dignidad se lo impedía.

Confiadamente me atrevo ya á suplicaros que prosiga vuestra dignación los favores de vuestro gran padre, para lo que nos basta sólo que admitais benigno esta breve noticia de nuestras fatigas; que bien se yo y sabemos todos los Jesuitas, que la sombra sólo de vuestro augusto nombre, templará nuestros afanes, enjugará nuestros sudores y hará que respetuosa aun la envidia de tanta fortuna, pronuncie y para como aplausos y alabanzas, aun lo que aprenda y conciba como dicterios y calumnias.

Despues fué llevado á los reales con el marinero, que en castigo le tuvieron atado de pies y manos toda la noche, á cuatro palos hácia diversas partes, y por la mañana fué azotado con riendas: mas contra el sacerdote no hicieron cosa indecorosa, sino algunas amenazas, ponerle miedo con algunos tiros al aire de escopetas, y con dicterios.

Y oficiales, y sargentos, y paisanos rodeaban á aquel hombre, que pugnaba por escapar, y al que por lo mismo sujetaban con mayor fuerza, abrumándolo á preguntas, reconvenciones y dicterios, que no le arrancaron contestación alguna. ¡Llevadme á la Capitanía general! ¿Cómo Parrón?... ¿Qué dice este hombre? Venid y veréis.