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Actualizado: 24 de mayo de 2025
El respetable Butrón daba puñetazos en los muebles y cruzaba a grandes zancadas el aposento, llamando a su mujer, según su costumbre, unas veces Geno, otras Veva, nunca por completo Genoveva y prodigándola con todas sus letras los dicterios de imbécil, estúpida, vieja del diablo, beata de Barrabás, que no sabiendo sino rezar el Pater noster, quería darle lecciones a él, Pirro en el ingenio, Ulises en la prudencia, Anteo en el ánimo, Alejandro en la magnanimidad y Escipión en lo afortunado.
Veíalos charlar animadamente, reir a cada momento: veíale a él rendido, obsequioso, prodigándola mil atenciones galantes; a ella complacida, risueña, aceptando con gratitud sus finezas.
Inmediatamente se vieron rodeados por una porción de aldeanas conocidas de Laura en otro tiempo, quienes prorrumpieron en exclamaciones de sorpresa y placer, saludándola con muestras de un regocijo espontáneo, y prodigándola mil epítetos cariñosos de los que tanto abundan en la lengua rústica y primitiva de estas comarcas, tales como «botón de rosa, lucero, corazón de manteca, reitana y palomina sin hiel». Ninguna, sin embargo, se atrevía á llamarla de tú, ni á besarla, aunque buena gana se les pasaba á todas.
O, mejor dicho: hoy, antes de quedarme solo, cuando pensaba haber despertado de uno de esos sueños densos, en que nada se siente; sueño de tinieblas en que nada se ve; sueño que es la negación de la existencia y del que se despierta, antes de acabarse de dormir, espeluznados, estremecidos, fríos como si se hubiera sentido el contacto de la mano de la muerte; cuando sólo creí, repito, despertar de un sueño horrible, me han dicho que he estado un mes delirando, furioso, nombrando a Amparo, amenazándola, apostrofándola, insultándola, prodigándola los epítetos más degradantes.
Palabra del Dia
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