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Actualizado: 20 de julio de 2025


Nolo sintió latir su corazón con violencia y un rayo de alegría iluminó su semblante. La tía Felicia, sofocada por el llanto, no supo más que exclamar: ¡Cuánto más hermosa estás así!, mi reitana. Pero el tío Goro supo al fin encontrar en lo recóndito de su cerebro una sentencia adecuada. La verdadera hermosura, Felicia, no está en el cuerpo, sino en el alma.

Venía siguiendo el cauce del arroyo, y no sabía ya dónde estaba... voces y salté... ¿Y qué caza venía usted siguiendo, señorito? preguntó el paisano con acento socarrón. No traigo carabina... ya lo ve usted... Venía tan sólo por conocer estos lugares, que todavía no he visto. Y también por ver a esta reitana, ¿verdad? dijo el aldeano soltando una grosera carcajada.

La reitana se puso encendida como una cereza. Andrés también se ruborizó y no supo qué contestar. Vaya, estoy viendo continuó el paisano que voy a tener que armar garduñas alrededor de casa para los señoritos que me quieren comer las uvas. ¡Padre! exclamó la muchacha sofocada. Andrés sonreía estúpidamente.

Inmediatamente se vieron rodeados por una porción de aldeanas conocidas de Laura en otro tiempo, quienes prorrumpieron en exclamaciones de sorpresa y placer, saludándola con muestras de un regocijo espontáneo, y prodigándola mil epítetos cariñosos de los que tanto abundan en la lengua rústica y primitiva de estas comarcas, tales como «botón de rosa, lucero, corazón de manteca, reitana y palomina sin hiel». Ninguna, sin embargo, se atrevía á llamarla de , ni á besarla, aunque buena gana se les pasaba á todas.

Palabra del Dia

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