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Actualizado: 3 de julio de 2025
Hay hombres sólidos, líquidos y gaseosos. El hombre sólido es ese hombre compacto recogido, obtuso, que se mantiene en la capa inferior de la atmósfera humana, de la cual no puede desprenderse jamás. Sólo el contacto de la tierra puede sostener su vida; es el Anteo moderno, y usando de un nombre atrevido, el hombre-raíz, el hombre-patata: arrancado el terrón que le cubre, deja de ser lo que es.
Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque, con ser de aquella generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado.
Firmélos: «Anteo», y el seudónimo sirvió para que mis críticos extremaran la zumba. Entiendo que mi literatura poética no era inferior a la muy aplaudida de los más afamadas poetas de Villaverde, el «pomposísimo» y el Lic. Castro Pérez, quien, de tiempo en tiempo, tenía sus dares y tomares con las esquivas deidades del Parnaso.
Un día, aconsejáronle volver á España para curarse de una enfermedad del hígado, y los periódicos hablaron de él como de un Anteo que necesitaba poner el pié en la Madre Patria para recobrar nuevas fuerzas; mas el Anteo manileño se encontró en medio de la Corte, tamañito é insignificante. Allí él no era nadie y echaba de menos sus queridos adjetivos. No alternaba con las primeras fortunas, su carencia de instruccion no le daba mucha importancia en los centros científicos y academias, y por su atraso y su política de convento, salía alelado de los círculos, disgustado, contrariado, no sacando nada en claro sino que allí se pegan sablazos y se juega fuerte. Echaba de menos los sumisos criados de Manila que le sufrían todas las impertinencias, y entonces le parecían preferibles; como el invierno le pusiese entre un brasero y una pulmonía, suspiraba por el invierno de Manila en que le bastaba una sencilla bufanda; en el verano le faltaba la silla perezoza y el bat
La imaginación es la maga que trasforma el mundo y lo embellece. Pero debe cuidar al mismo tiempo de bañarse á menudo en la realidad, de acercarse á cada instante á la tierra: cada vez que toque en ella sacará, como el gigante Anteo, nuevas fuerzas. El hecho tiene un valor inapreciable que en vano se buscará en las fuerzas de nuestro espíritu.
Ahorcados seais con vuestros hijos del pescuezo, assí como lo fueron los Judíos por mandado de Anteo en la Ciudad de David.
Sujétenle como es debido, unan sus esfuerzos renunciando á mezquinos odios esos príncipes cristianos que separados son nada, y cuyos brazos juntos pueden encadenar á ese rabioso gigante, y se verá repetida en la última batalla que este les presente la lucha de Hércules con Anteo.
¿Pero qué nombre le daremos? dijo el juez. Con un derroche de alusiva erudición, hubo un tiroteo de Erebo, Nox, Platón, Terracota, Anteo, etc., etc. Por último, dejamos que decidiera nuestro huésped la cuestión. ¿No ha nacido de De-Hinchú? ¿Pues por qué no darle su propio nombre? dijo tranquilamente. Y así se hizo.
El respetable Butrón daba puñetazos en los muebles y cruzaba a grandes zancadas el aposento, llamando a su mujer, según su costumbre, unas veces Geno, otras Veva, nunca por completo Genoveva y prodigándola con todas sus letras los dicterios de imbécil, estúpida, vieja del diablo, beata de Barrabás, que no sabiendo sino rezar el Pater noster, quería darle lecciones a él, Pirro en el ingenio, Ulises en la prudencia, Anteo en el ánimo, Alejandro en la magnanimidad y Escipión en lo afortunado.
Porque Pereda, el más montañés de todos los montañeses, identificado con la tierra natal, de la cual no se aparta un punto y de cuyo contacto recibe fuerzas, como el Anteo de la fábula, apacentando sin cesar sus ojos con el espectáculo de esta naturaleza dulcemente melancólica, y descubriendo sagazmente cuanto queda de poético en nuestras costumbres rústicas, ha traído a sus libros la Montaña entera, no ya con su aspecto exterior, sino con algo más profundo e íntimo, que no se ve, y, sin embargo, penetra el alma; con eso que el autor y sus paisanos llamamos el sabor de la tierruca, encanto misterioso, producidor de eterna saudade en los numerosos hijos de este pueblo cosmopolita, separados de su patria por largo camino de montes y de mares.
Palabra del Dia
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