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Actualizado: 1 de junio de 2025
Créese por algunos, que los primeros pobladores de la primitiva ciudad fueron los fenicios, y que el nombre de esta era Turba, palabra que deriban unos de Turba oppidum, latino; otros de Turba-lium, griego, pueblo turba, compuesto de este nombre y de leos, pueblo: no falta quien como el erudito D. Miguel Cortés le haga venir también del hebreo Thor y bat, que significa lo que Domus tauri: admisible hasta cierto punto parece esta esplicación, si atendemos a que la voz bat, o bet, se halla en la composición de muchos nombres de nuestra primitiva nomenclatura geográfica, que lejos de repugnar a la explicación hebraica de Cortés, podría citarse aun en su corroboración: lo mismo sucede con la voz Thor, pues, aunque por diversidad de aplicaciones, parece menos segura su razón o su significado, todos los objetos, cuyos nombres la ofrecen, tienen la esencial circunstancia de la fortaleza y el toro, que parece símbolo de esta, pudo tener por nombre lo que no era mas que adjetivo para los demás objetos.
La canción era así: Ni naiz capitán pillotu Neri bear rait obeditu Buruban jartzen batzait neri Bombillun bat, eta Bombillum bi Eragiyoc Shanti Arraun orí.
Cuando se hizo el asiento con Bat.e Jovenardi, se ajustó con él que se le había de dar un vestido de precio de 100 ducados, paréceme que se le debía guardar su asiento, no siendo V. Magd. servido de mandar otra cosa. Los vestidos de los barberos y de Diego Velázquez se podrían reducir a 80 ducados, y los de los mozos de la guardarropa a 70 ducados.
Un día, aconsejáronle volver á España para curarse de una enfermedad del hígado, y los periódicos hablaron de él como de un Anteo que necesitaba poner el pié en la Madre Patria para recobrar nuevas fuerzas; mas el Anteo manileño se encontró en medio de la Corte, tamañito é insignificante. Allí él no era nadie y echaba de menos sus queridos adjetivos. No alternaba con las primeras fortunas, su carencia de instruccion no le daba mucha importancia en los centros científicos y academias, y por su atraso y su política de convento, salía alelado de los círculos, disgustado, contrariado, no sacando nada en claro sino que allí se pegan sablazos y se juega fuerte. Echaba de menos los sumisos criados de Manila que le sufrían todas las impertinencias, y entonces le parecían preferibles; como el invierno le pusiese entre un brasero y una pulmonía, suspiraba por el invierno de Manila en que le bastaba una sencilla bufanda; en el verano le faltaba la silla perezoza y el bat
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