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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Si ésa es tu voluntad, hágase lo que deseas; yo apruebo en todo tu plan dijo el doctor, enternecido. Cuida esta casa, que desde hoy es tuya, y quédate en ella con todos nuestros criados, que tanto te quieren, y con la señora Braun, que te ayudará a dirigirla, como lo hacía en vida de Magdalena.
Y con esto, lector amable, quédate a Dios, y perdóname si te causé enfado o tedio con la lectura de mi prólogo. Madrid, 2 de junio de 1918. DEDICATORIA DE V
Al fin articuló sin entonación alguna: Es que me dan unas ganas locas de matarme... ¡Por eso! ¡Quédate aquí!... No estés solo. Pero no pude contenerlo, y pasé toda la noche inquieto. Usted sabe qué terrible fuerza de atracción tiene el suicidio, cuando la idea fija se ha enredado en una madeja de nervios enfermos. Habría sido menester que a toda costa Vezzera no estuviera solo en su cuarto.
Pero ese era su pecado: sus ojos grandes, limpios y sencillos, que cada vez que se levantaban, ya sobre Juan, ya sobre otros donde Juan pudiese verlos, se entraban como garfios envenenados por el corazón celoso de Lucía; y aquella hermosura suya, serena y decorosa, que sin encanto no se podía ver, como la de una noche clara. Hasta que una noche: No, Sol, no: quédate aquí.
O quédate, si por dicha Abindarráez quisiere Saber nuevas. ABIND. No hay que espere Después de la nueva, dicha. Aquí mi esperanza muere. ZOR. Ven tú, Jarifa, que tengo Vase ZORAIDE. Que hablarte. JARIFA. Adiós; luego vengo. Vase JARIFA. ABIND. ¿Que aquí mi padre se queda? ¿Posible es que vivir pueda La esperanza que entretengo? Alborán, ¿que no hay jornada?
¡Imposible!... me tengo que marchar... Y allá voy a estar muy triste; como si lo viera... Entonces... quédate. ¿Quieres que te dé una ocupación? Buena falta te hace. Te nombro sobrestante de mis obras, administrador de mis colectas y sacristán mayor de mi capilla nueva, cuando esté concluida. Moreno se echó a reír con gana. «¡Monaguillo mayor...! Lo aceptaría.
Diles que habrá pólvora y balas; que nos hallamos metidos en el asunto Catalina Lefèvre, yo, Marcos Divès, y todas las personas decentes de la comarca. Quédate tranquilo, Marcos; yo conozco a la gente. Entonces, hasta pronto. Los dos amigos se estrecharon fuertemente las manos. El contrabandista tomó el sendero de la derecha, hacia el Donon; Hullin, el sendero de la izquierda, hacia el Sarre.
Es el ministro. Sí, él es, dijo la niña. Y tiene la mano sobre el corazón, madre. Eso es porque cuando el ministro escribió su nombre en el libro, el Hombre Negro le puso la señal en el pecho. Y ¿por qué no la lleva como tú fuera del pecho? Ve á jugar ahora, niña, y atorméntame después cuanto quieras, exclamó Ester. Pero no te alejes mucho. Quédate donde puedas oir la charla del arroyuelo.
Venturita avanzó hasta la puerta. Es la cocinera que pasa dijo volviendo en seguida. Me parece que estamos mal aquí. Cualquiera; eso es lo de menos... Pero, en fin, si no estás tranquilo, podemos ir a otra parte. Vamos al salón. Vamos. No, tú quédate aquí un momento; yo iré delante.
Ya pagó de antemano lo que has de heredar de mi marido. Te rescató de Dios para entregarte al mundo. Quédate en el mundo. Tú no puedes ser monja. La mala sangre del Comendador hierve en tus venas. ¿Cómo dudar que eres la hija maldita de aquel impío? Clara, al oir estas últimas palabras, dió un grito inarticulado y cayó desmayada entre los brazos de Lucía.
Palabra del Dia
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