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Cuando terminó su carta Amaury salió de su cuarto teniendo la fortuna de no tropezar con nadie. Atravesó el salón, se paró un momento a escuchar junto a la puerta del cuarto de Magdalena y no oyendo ningún ruido supuso que habría aparentado que se acostaba para engañar a la señora Braun. Entonces se dirigió a la escalinata y bajó al jardín.

Ya se comprenderá que tertulias formadas por una joven de veinte años y por ancianos de setenta serían muy sobrias y sobre todo poco ruidosas; dos mesas de juego en un rincón, los bastidores de bordar de Antonia y de la señora Braun en medio del salón y sillones al rededor para los que preferían al wist o al boston, la conversación; tales eran los accesorios de aquellas sencillas reuniones.

» No está mejor, pero ahora duerme contestó con aire distraído, casi sin mirarme. La señora Braun está haciéndole compañía; yo voy a preparar el medicamento. »Desde la noche del baile, el doctor ha convertido su habitación en farmacia, y todas las medicinas las prepara él por mismo.

Si ésa es tu voluntad, hágase lo que deseas; yo apruebo en todo tu plan dijo el doctor, enternecido. Cuida esta casa, que desde hoy es tuya, y quédate en ella con todos nuestros criados, que tanto te quieren, y con la señora Braun, que te ayudará a dirigirla, como lo hacía en vida de Magdalena.

Amaury se apresuró a estrechar la mano a la morena, diciéndole sonriente: Perdóneme usted, querida Antoñita; ante todo tenía que presentar mis disculpas a la que había asustado mi torpeza: he oído el grito de Magdalena e instintivamente he corrido hacia ella. Y volviéndose hacia el aya, añadió: Señora Braun, tengo el honor de saludarla.

»El doctor, la señora Braun y yo, nos relevamos por turno en compañía de una enfermera que nos ayuda a cuidar a Magdalena. A pesar de sentirme rendido de pena y de cansancio, reclamé mi derecho y el señor de Avrigny, se retiró sin hacer la menor observación. »Poco después, Magdalena se ha dormido con un sueño tan tranquilo como si sus días no estuviesen ya contados.

«Cuando la acostaban, tocaba yo en el salón una melodía de Schubert. Ya estaba a punto de terminarla, cuando la señora Braun vino de su parte, a pedirme que siguiese. Por primera vez volvía Magdalena a oír música desde la terrible noche en que la música pudo costarle la vida. Accedí a su ruego, y cuando al terminar entré en su cuarto, la encontré sumida en una especie de arrobamiento. » ¡Oh!

Como Antoñita manifestase deseos de leer un libro italiano titulado Le Ultime Lettere di Jacopo Ortis, Amaury, que tenía esa obra en su biblioteca, y entre las más estimadas por cierto, fue al día siguiente a entregársela a la señora Braun; pero habiéndose encontrado por casualidad con Antonia en la antesala, no pudo menos de cambiar con ella algunas palabras.

De aquí a tres días, podrás satisfacer tus deseos. » ¡De veras! exclamó Magdalena, palmoteando como un niño a quien se le promete un juguete deseado con ansia mucho tiempo. »Y aun hoy mismo te dejaré ir sin el auxilio de nadie a sentarte en el maldito sillón. Hay que ensayar las piernas antes que las alas. La señora Braun y yo marcharemos a tu lado por si acaso hubiera que sostenerte.

»Al entrar en el parque oímos la voz de la señora Braun que nos llamaba con insistencia. Detúvose Magdalena y volviéndose hacia me dijo: » ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué diremos ahora? »La señora Braun, que acababa de echarnos la vista encima, venía corriendo hacia nosotros.