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Parecía más grande, más fuerte, á pesar de la palidez verdosa que descoloraba su rostro. Las dos señoras iban vestidas de luto, con luengos velos. De luto también el padre, hundido en su asiento, con aspecto de ruina, las piernas cuidadosamente envueltas en una manta de pieles. René conservaba su uniforme de campaña, llevando sobre él un corto impermeable de automovilista.

Una animación distraída circulaba por toda la plaza, y muchos prelados y dignatarios dejaban sus asientos para ir a tomar un refrigerio o una breve colación detrás de la gradería. En las ventanas y balcones las damas dejaban caer sus velos mostrando su famosa blancura y recibiendo refrescos y frutas confitadas de mano de los galanes.

Al subir en el primer vagón que encontró al paso, le pareció ver los velos de las dos señoras desapareciendo detrás de una portezuela que se cerraba. En la estación de Salerno volvió á columbrarlas ocupando un carruaje de alquiler que se perdía en una calle próxima.

Volvió a ver lucir su belleza dentro de un marco de percales finos, de cintas de seda, de flores contrahechas, de menudos velos, y a recrearse con su hermosa imagen delante del espejo. ¿Qué es la vida? Un juguete. Melchor decidió que fuese al Escorial, y él quiso acompañarla.

Las doncellas moriscas con sus tocas en la cabeza, con sus velos arrojados sobre el hombro, con sus alcandoras pintadas, con sus carcajes de oro al comienzo del borceguí y sus brazaletes de piedras en las manos, ponían el colmo a su aliño con el alheño de los ojos.

Pero antes de cerrar las ventanas de sus viviendas pudieron ver cómo corría por los tejados un hombre envuelto en velos, cómo el gigante lo tomaba con una de sus manos, introduciéndolo en un bolsillo de su traje, y cómo emprendía una marcha veloz, guiado por este varón desconocido, hacia la Galería de la Industria, sin esperar á que sonasen otra vez las trompetas y se reuniera el escuadrón que le había escoltado en su paseo.

Me parece que los días eran como unos velos que se corrían despacio, uno sobre otro, y estos velos caían sobre mi memoria, y poco a poco iban apagando y oscureciendo lo que en ella había. Al cabo de cierto tiempo empecé a verle... así como entre brumas, lejos; y con las ocupaciones, todo lo que yo pensaba se interrumpió para dar lugar a otras cosas.

En este particular don Carlos aprobaba el criterio de doña Camila; precisamente él creía que el Misterio de la Encarnación era como la lluvia de oro de Júpiter; y remontándose más, en virtud de la Mitología comparada, encontraba en la religión de los indios dogmas parecidos. Ana en casa de su padre disponía de pocos libros devotos. Pero en cambio, sabía mucha Mitología, con velos y sin ellos.

El Jueves Santo por la tarde estaba Gabriel contemplando lo que en cierto modo era su obra, confundido en el grupo de devotos. La catedral sonreía con su inmaculada blancura, a pesar de los velos negros que cubrían imágenes y altares. Los rosetones luminosos borraban con sus chorros de colores el aspecto fúnebre de la ceremonia religiosa.

Cuando el recién llegado, hombre ó mujer, estaba todavía á unos cuantos pasos, Edwin puso una mano en el suelo para que montase en ella, y así lo hizo el pigmeo. Llevaba la cara envuelta en velos, pero al quedar cerca de los ojos del coloso descubrió su rostro.