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Actualizado: 20 de julio de 2025


Y mientras permanecía con el espinazo doblado, y Momaren, rojo de emoción, miraba á unos y á otros para convencerse de que todos se daban cuenta de tan enorme homenaje, dos matronas barbudas murmuraron bajo sus velos: De seguro que piensa pedirle algo mañana mismo para alguna de sus amigas. Y lo que se lleve lo quitará á nuestros maridos contestó la otra.

Esta noche Gillespie iba á pasar hambre. Los bellacos parecían contentos de la visita del hombre con velos, que había distraído la atención del coloso. Popito siguió hablando para contar lo que sabía de estas gentes: fugitivos de todos los países; hombres con los que no querían contar los otros hombres, deseosos de emancipación.

El hombrecito de los velos blancos tuvo que callar repentinamente para afirmarse sobre sus pies y no caer de una altura tan enorme. La mano de Gillespie había temblado con la emoción de la sorpresa. El pigmeo que tenía junto á sus ojos presentaba una rara semejanza con su propia persona.

Sus camaradas tuvieron que sacarlo de entre los tizones tirando de sus pies, mientras otros corrían hacia el mar para echarle agua en los mostachos y la cabellera humeantes. Cuando en la tarde siguiente empezaba la playa á obscurecerse, Gillespie vió la llegada de otro hombre con faldas y velos. Debía ser Popito, que le traía más noticias.

Un viento caliginoso levanta pequeñas nubes de polvo; velos de vapor azulado descienden lentamente sobre el suelo. Juan apoya la cabeza en los vidrios de la galería; pero están calientes como si hubiesen permanecido todo el día en un horno. De pronto, Gertrudis se levanta. ¿Adónde vas? pregunta Martín. Al huerto responde ella.

El Hombre-Montaña se fijó en varias mujeres que estaban en lo alto de dicha puerta para verle pasar, y en un hombre, el único, envuelto en púdicos velos. Gentleman, soy yo dijo á gritos, agitando sus blancas envolturas. El gigante extendió la mano sobre las torres, y tomando entra dos dedos á Ra-Ra, lo puso delicadamente en la abertura del bolsillo alto de su chaqueta.

En vano quería evadirse de su propia tristeza para participar de la alegría de la querida niña cuya dicha era su obra. En vano se esforzaba por olvidar sus velos de luto por aquel velo de desposada vislumbrado hacía un momento en la portezuela del coche, en el que se agitaba una manita blanca.

Jesús había muerto: por él las mujeres se vestían de negro y los hombres se disfrazaban con túnicas puntiagudas que les daban aspecto de extraños insectos; los cobres lo proclamaban con sus quejidos teatrales; los templos lo decían con su obscuro silencio y los velos lóbregos de sus puertas... Y el río seguía suspirando con idílico susurro, como si invitase a sentarse en sus orillas a las parejas solitarias; y las palmeras mecían sus capiteles sobre las almenas con un vaivén de indiferencia; y los naranjos exhalaban su perfume de tentación, como si sólo reconociesen la majestad del amor, que crea la vida y la deleita; y la luna sonreía impávida; y la torre, azulada por la noche, perdíase en el misterio de las alturas, pensando tal vez, con la simpleza de alma de las cosas inanimadas, que las ideas de los hombres cambian con los siglos, y los que a ella la sacaron de la nada creían en otras cosas.

Á la misma hora dos señoras enlutadas y envueltas en largos velos bajaron de un coche y, no sin inquietud, echaron en derredor una mirada. Una actividad ruidosa reinaba en el muelle del Támesis, lleno de trabajadores ocupados en descargar los steamers alineados á lo largo del puerto.

Otra vez se abrieron sus ojos, pero ahora la bruma era más densa. Ya no era roja: era negra. Entre estos velos, creyó ver Gabriel el rostro de su hermano, consternado, crispado por el miedo, y los bicornios de la Guardia civil, aquellos sombreros de pesadilla, rodeando al pobre Vara de palo.

Palabra del Dia

gallardísimo

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