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A fuerza de inteligencia y diplomacia había logrado Timoteo que D.ª Carolina le invitase a la boda. Por cierto que este rasgo de generosidad le valió un disgusto. Su hija menor armó la de San Quintín al enterarse, profiriendo tan pesadas palabras que la buena señora se vio necesitada a zanjar la cuestión por el método usual, con un par de pellizcos. La niña puso el grito en el cielo.

Por ejemplo, si estuviéramos en Francia diría yo ahora á Gualtero que se dirigiese al galope hacia aquel caballero que allí viene y que después de saludarlo en mi nombre lo invitase á cruzar conmigo la espada. Pues no se llevaría mal susto el infeliz, exclamó Gualtero, que miraba atentamente al desconocido.

Porque D. Nemesio, que me acompañaba bastante, a fuerza de atenciones se me había hecho antipático, abrumador. No podía asomar la cabeza fuera de mi cuarto sin que me invitase a una partidita de billar o de tresillo, o a ir de paseo o a beber una botella de cerveza. Y su conversación interminable, prosaica, me aburría tan extremadamente, que ya le huía como al sol del mediodía.

Invítase a Facundo a ir a interponer su influencia para apagar las chispas que se han levantado en el Norte de la República; nadie sino él está llamado para desempeñar esta misión de paz. Facundo resiste, vacila; pero se decide al fin.

Iba á figurar en un duelo como los que había leído en las novelas de su adolescencia; iba á ser protagonista de uno de aquellos dramas elegantes que á él le parecían de otro planeta... Pero el coronel desechó á continuación estas suposiciones, sugeridas por la franca alegría con que Martínez aceptaba su reto, como si le invitase á una fiesta.

Inmediatamente la joven rogó a su madre que invitase a Juan, y éste aceptó la invitación porque, con el fin de sacudir su preocupación moral, había resuelto visitar por segunda vez las cristalerías de Austria, proyecto que deseaba someter a la aprobación del señor Aubry. La hora de la llegada del tren se aproximaba.

Su admiración se escapaba en roncos barboteos. ¡Oh, sonrisa del anochecer!... ¡Alegría de la sombra!... ¡Señorita blanca! El comisario de Policía miró duramente á la mujer de pelo blanco que se había sentado ante su escritorio sin que él la invitase. Luego bajó la cabeza para leer el papel que le presentaba un agente puesto de pie al lado de su sillón.

Si un señor me invitase un día a jugar una partida de ajedrez, por muy obligado que yo le estuviera, no le complacería. Le demostraría que no jugar al ajedrez, y el señor en cuestión tendría que renunciar a la partida proyectada. Si el mismo señor pretendiese otro día hacerme ejecutar al piano la Marcha fúnebre de Chopin, tampoco me sería fácil complacerle.

Sabía el tiempo que todas las noches hablaba con ella y que todos en la tertulia tenían conocimiento de tales relaciones. Preguntó si yo era de la partida, y, respondiéndole que , negose a formar parte de ella. Sólo a fuerza de ruegos cedió, y eso con la condición de que se invitase también a Daniel Suárez.

Jesús había muerto: por él las mujeres se vestían de negro y los hombres se disfrazaban con túnicas puntiagudas que les daban aspecto de extraños insectos; los cobres lo proclamaban con sus quejidos teatrales; los templos lo decían con su obscuro silencio y los velos lóbregos de sus puertas... Y el río seguía suspirando con idílico susurro, como si invitase a sentarse en sus orillas a las parejas solitarias; y las palmeras mecían sus capiteles sobre las almenas con un vaivén de indiferencia; y los naranjos exhalaban su perfume de tentación, como si sólo reconociesen la majestad del amor, que crea la vida y la deleita; y la luna sonreía impávida; y la torre, azulada por la noche, perdíase en el misterio de las alturas, pensando tal vez, con la simpleza de alma de las cosas inanimadas, que las ideas de los hombres cambian con los siglos, y los que a ella la sacaron de la nada creían en otras cosas.