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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Los dos criados encontraban cada vez más pesadas sus cestas, y seguían con dificultad a la señora al través del gentío compacto e inquieto que se agitaba a la entrada del Mercado Nuevo, cuyos pórticos, en plena tarde de sol, tenían la lobreguez y humedad de una boca de cueva. Allí era donde resultaba más insufrible el monótono zumbido del Mercado.

Los reverberos, encapuchonados á causa de los ataques aéreos, sólo servían, con su breve radio de luz, para dar mayor intensidad á la lobreguez general. Mientras marchaba, acompañó su paso repitiendo las mismas palabras, como si fuesen una letanía: La vida quiere vivir. Los vivos necesitan vivir.... ¡Ay del que muere! Los muertos huyen más aprisa que los vivos.... Todos abandonaban á los muertos.

En las noches de luna tentábala el escalofrío de lo misterioso, la voluptuosidad del miedo, y salía al claustro, cuya lobreguez cortaban las manchas lácteas de los ventanales. ¡Nadie!... Después sentábase en el cementerio de los monjes, esperando en vano la aparición del fantasma para animar su monótona existencia con algo novelesco. Una noche de Carnaval, la Cartuja fue invadida por los moros.

Indudablemente le habían soltado lo peor de la ganadería, para hacerle quedar mal. Alguna intriga de los enemigos. Otra sospecha se movía confusa en lo más obscuro y hondo de su pensamiento, pero él no quería contemplarla de cerca, no tenía interés en extraerla de su misteriosa lobreguez. Su brazo parecía más corto en el momento de tenderse con el estoque por delante.

Ella tendría que venir a buscarle, como penitente, entre la oscura lobreguez de un templo, al triste y fatigoso resplandor de los amarillentos cirios; caería de rodillas a sus pies, y le hablaría avergonzada a través de tupida y mugrienta celosía, oculto el rostro con el espeso velo y acobardado el ánimo por el terror religioso.

Todo era silencio y lobreguez y amenazas de una noche tremenda para el infeliz que anduviera vivo y errante entre las inclemencias de la montaña. Mis inquietudes no cabían ya dentro de , ni yo dentro de la casona.

Todo lo veía negro, con la lobreguez de una miseria a cuyo fin estaba la muerte. Deseaba morir, acabar de una vez esta existencia sin objeto, dar fin a una vida fracasada, irresistible y penosa, como una equivocación de la Suerte. Pero ¿y ella? ¿y la dulce compañera, que había abandonado la órbita de su existencia para seguirle, arrebatada por la atracción de su mala fortuna?...

El agua negra reflejaba las serpientes rojas y verdes de las luces de los buques. Un trasatlántico prolongaba las operaciones de carga al resplandor de sus reflectores eléctricos, destacándose sobre esta lobreguez con la animación de una fiesta veneciana. De tarde en tarde un hombre de lento paso entraba en el círculo de un reverbero, brillando el cañón de su fusil.

Era la Muerte, la gran señora, la emperatriz del mundo, que se mostraba a él con su blanca y mate majestad, en pleno día, desafiando los esplendores del sol, el azul del cielo, el verde luminoso del mar. El reflejo del astro moribundo ponía una chispa de maligna vida en el óseo rostro de palidez de hostia, en la lobreguez de sus negras cuencas, en su sonrisa que daba espanto... ¡; era ella!

El se marchaba a las Carolinas, huyendo de aquella lobreguez maloliente que le trastornaba el estómago. Iba en busca de su amigo el Mosco y de su hija Feliciana, que tenía para guisar la cachuela unas manos de virgen, dignas de mil besos; las únicas del barrio que ofrecían cierta limpieza. Ya volvería otra vez, para ver a la abuela.

Palabra del Dia

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