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Actualizado: 26 de octubre de 2025


JIMENO. Y aún su aya aseguró que en el silencio de la noche había oído varias veces que andaba alguien en su habitación, y que una legión de brujas jugaban con el niño a la pelota, sacudiéndole furiosas contra la pared. FERRANDO. ¡Qué horror! Yo me hubiera muerto de miedo.

Se ha creído que Valencia era el lugar de su nacimiento, porque residieron allí familias de su mismo apellido; pero lo contradice el hecho que no hacen mención alguna de él los catálogos esmerados de escritores valencianos, en las grandes obras de Jimeno, Rodríguez y Fuster.

FERRANDO. Siempre me lo han contado de diverso modo. GUZMÁN. Y como se abultan tanto las cosas... JIMENO. Yo os lo contaré tal como ello pasó por los años de 1390. El Conde don Lope de Artal vivía regularmente en Zaragoza, como que siempre estaba al lado de su Alteza.

JIMENO. Todo esto alarmó al Conde, y tomó sus medidas para pillar a la gitana; cayó efectivamente en el garlito, y al otro día fue quemada públicamente, para escarmiento de viejas. GUZMÁN. ¡Cuánto me alegro! ¿Y el chico? JIMENO. Empezó a engordar inmediatamente. FERRANDO. Eso era natural. JIMENO. Y a guiarse por mis consejos, hubiera sido también tostada la hija, la hija de la hechicera.

JIMENO. ¿Y no os parece, como a , que el Conde hace muy mal en exponer así su vida? Y si llegan a saber sus Altezas semejantes locuras... GUZMÁN. Calle... parece que se ha levantado ya... JIMENO. Temprano para lo que ha dormido. FERRANDO. Los enamorados, dicen que no duermen. GUZMÁN. Vamos allá, no nos eche de menos. FERRANDO. Y hoy que estará de mala guisa. JIMENO. , vamos.

FERRANDO. ¡Pues por supuesto! ... Dime con quién andas ... JIMENO. No quisieron entenderme, y bien pronto tuvieron lugar de arrepentirse. GUZMÁN. ¿Cómo! JIMENO. Desapareció el niño, que estaba ya tan rollizo que daba gusto verle; se le buscó por todas partes, ¿y sabéis lo que se encontró? Una hoguera recién apagada en el sitio donde murió la hechicera, y el esqueleto achicharrado del niño.

FERRANDO. Más de una vez. GUZMÁN. ¿A la gitana? FERRANDO. ¡No, qué disparate; no...! Al alma de la gitana; unas veces bajo la figura de un cuervo negro; de noche regularmente en búho. Ultimamente, noches pasadas, se transformó en lechuza. GUZMÁN. ¡Cáspita! JIMENO. Adelante.

No tomamos el camino real desde Bailén a Córdoba por no tropezar con la retaguardia del general Dupont, o con los muchos destacamentos que había dejado en todos los pueblos, y en vez de las diez y ocho leguas y media de que consta aquella vía, tuvimos que andar unas veinticuatro, pues en nuestro rodeo fuimos a Menjíbar; desde allí, por Torre Jimeno, siguiendo un detestable camino de herradura, pasamos a Martos, y de Martos, por Alcaudete y Baena, fuimos a buscar en Castro del Río la margen derecha del Guadajoz, que nos condujo a las inmediaciones da Córdoba.

Bruja sin duda. JIMENO. Se sentó a su lado, y le estuvo mirando largo rato, sin apartar de él los ojos ni un instante; pero los criados la vieron y la arrojaron a palos. Desde aquel día empezó a enflaquecer el niño, a llorar continuamente, y por último, a los pocos días cayó gravemente enfermo; la pícara de la bruja le había hechizado. GUZMÁN. ¡Diantre!

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