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Al saber que su compatriota iba á volver á Salta por la Puna de Atacama, el gaucho, que era hombre de honor, incapaz de olvidar sus compromisos, pensó en la antigua deuda, que le preocupaba con frecuencia y hasta algunas noches le había quitado el sueño. Mientras obsequiaba á su compatriota en un café de Antofagasta, le fué explicando su asunto.

Don Eugenio García, una tortada... no estaba mal; la otra era de «las magistradas»; y los demás pasteles no llevaban señales de procedencia; pero doña Manuela adivinaba que eran de Juanito, aquel hijo que la obsequiaba con tanto cariño como fuese su novia. ¿Y Juanito, dónde está mamaíta? En la tienda; pero vendrá antes de las doce. Rafael también ha salido.

Cuentan varios cronistas, y citaré entre ellos al padre Acosta, que es el que más a la memoria me viene, que a los principios, en los grandes banquetes, y por mucho regalo y magnificencia, se obsequiaba a cada comensal con una aceituna.

La dulzura de Tchernoff, sus ideas originales, sus incoherencias de pensador acostumbrado á saltar de la reflexión á la palabra sin preparación alguna, acabaron por seducir á don Marcelo. Todas sus dudas las consultaba con él. Su admiración le hacía pasar por alto la procedencia de ciertas botellas con que Argensola obsequiaba algunas veces á su vecino.

Ahora viene lo que llaman el alegato de bien probado. Pero hasta que pase el verano no habrá nada. El abogado me da grandes esperanzas. ¡Si esto se resolviera pronto para pagar a Melchor y escapar del lazo que me tiende!...». Pensando en Juan Bou, que a menudo la obsequiaba, decía: «¡Pobre Bou! Es el animal más cariñoso que conozco. Le quiero como se quiere al burro en que salimos a paseo».

Cuando doña Cristina, atendiendo las indicaciones del médico, le ocultaba los cigarros, Urquiola buscábalos, y, echando á broma la prohibición, obsequiaba al tío.

El pañero, con varios amigos y Champagne de a tres pesetas, solemnizaba un remate de subasta; el sastre obsequiaba a unos parientes, a estilo de su tierra, con manzanilla y aceitunas aliñadas que llamasen el apetito a honrar la cena, y los cuchareros disponían con gente amiga su modesto festejo, saliendo de rato en rato a la escalera y dando inútilmente grandes voces por que callasen varios chicos que, armados de tambores, parecían dispuestos a ensordecer al mundo.

No, no te la quites...». «Pero Señora, por amor de Dios...». «No, déjala. Es tuya por derecho de conquista. ¡Es que tienes un cuerpo...! Úsala en mi nombre, y no se hable más de ello». De esta manera tan gallarda obsequiaba a sus amigas la graciosa soberana... Faltó poco para que a mi buen Thiers se le saltaran las lágrimas oyendo el bien contado relato.

Otros levantaban la cabeza y sorbían el aire como camellos, libidinosamente. Sin preguntar el precio, arrojando sobre el tablero alguna moneda excesiva, Ramiro solía comprar un perfumado jubón para alguna mozuela, o zapatos infantiles con que después obsequiaba a las madres moriscas.

Era la carátula más grotesca que imaginarse puede, pues uno de los lados de su rostro parecía calabaza, y era tal el peso, que no separaba de aquella parte la mano. El Majito se metió de un salto en la tienda de la Sanguijuelera. Esta solía mimarle y le obsequiaba unas veces con piñones y otras con azotes. «Hola, lagartijilla, ¿ya estás aquí?... No enredes en la tienda, porque vas a cobrar.