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Actualizado: 12 de mayo de 2025


El oficinista, conmovido por tales palabras, empezó á balbucear: Cuente siempre con mi admiración, señora marquesa... Yo me voy, y en realidad no me voy... Me tendrá usted en Buenos Aires... Evitó seguir hablando, por miedo á las incoherencias en que le hacía incurrir su emoción. Elena había secado sus lágrimas y le miraba ahora con interés.

Y hablaba mirando a lo lejos, con cierta vaguedad conocida de Maltrana como precursora de un chaparrón de divagaciones. ¡Zaratustra, que te remontas! exclamó el joven . No nos aplastes con tus incoherencias filosóficas. Bueno estoy para remontarme. No he podido dormir en toda la noche... Estas malditas piernas; el reúma, que se me agarra a ellas como un perro rabioso. ¡Qué tiempo!

»Hasta siento a veces tentaciones de ir a hacerme matar en África, ante el temor de que me falte la fuerza de ánimo suficiente para darme la muerte por mismo. »No si tengo cabal el juicio. Perdone usted, Antonieta, estas incoherencias y con ellas mi silencio y el mal efecto que haya podido causarle. Tenga usted en cuenta mis sufrimientos. »¿Recuerda usted el consejo que da Hamlet a Ofelia?

El recuerdo de su expulsión de la corte le hizo simpatizar obscuramente con este otro desterrado. Además, renacía en su interior una parte de la voluntad de la madre, con sus incoherencias y sus deseos confusos. El oficial de la Guardia prestó una atención de escolar á las doctrinas del revolucionario.

Era una declaración en regla, viva, apasionada, anhelante, como el hombre que a todo trance quiere decir una cosa y teme que el tiempo no le alcance. A la vez llena de incoherencias ridículas.

Escuchando al maestro, y bajo la acción sedante de su ademán y de sus ojos tranquilos, recuerdo las incoherencias maravillosas de esos dos libros que emulan las páginas mejores de Maupassant, y que un nervioso no podría leer de noche y á solas. Hoffmann, dando forma y color á sus excentricidades, jamás supo escribir nada semejante.

Todas las fantasías é incoherencias del estilo bizantino-persa, incubado en Munich, hicieron irrupción en esta casa de salones rojos y dorados é imponentes sillerías del tiempo de Napoleón III.

Castro pareció acordarse repentinamente de algo que le hizo sonreir. ¡Y qué incoherencias en la vida de los jugadores! Arriesgan el dinero sin miedo y no hay gente más avara. Fíjate en las mujeres que juegan con mayor pasión. Todas mal vestidas; algunas llegan hasta el descuido en su persona. El dinero lo necesitan para jugar, y dejan para el día siguiente la compra de lo necesario.

Se marchaba: salía inmediatamente acompañando á su madre. ¡Adiós!... Y nada más. El pánico hacía olvidar muchos afectos, cortaba largas relaciones, pero ella era superior por su carácter á estas incoherencias de la ansiedad por huir. Julio vió algo inquietante en su laconismo. ¿Por qué no indicaba el lugar adonde se dirigía?...

A los dos les parecía vivir en otro mundo, rodeados de las incoherencias de una pesadilla. ¡Ellos teniendo que preocuparse del dinero, que había sido hasta entonces algo natural en su existencia, como lo es para todos el sol, el aire ó el agua; viéndose obligados á perseguirlo en su fuga por caminos que desconocían!... No, esto no era lógico: un breve capricho del destino.

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