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Actualizado: 12 de junio de 2025


Sin embargo, ¡qué de veces lleva tesoros su cesto! ¡Pero tesoros impagables! Ved aquel amante, que cuenta diez veces al día y otras tantas a la noche las piedras de la calle de su querida. Amelia es cruel con él: ni un favor, ni una distinción, alguna mirada de cuando en cuando... algún... nada.

Hortensia, mi hermana mayor, me estrechaba entre sus brazos. Y Amelia, mi hermana menor, que se encontraba en un extremo de la sala entretenida en ver los grabados de una obra de La Fontaine, acercose a con el libro en la mano. Lee, hermano mío, lee me dijo, con lágrimas en los ojos. Era la fábula de Las dos palomas.

Estaba yo en el cabaret de Lutecia, en compañía del señor Sharp, mi amigo, aquí presente, y de mi amiga, la señorita Amelia Migeon, conocida principalmente por el sobrenombre de Zipette; la velada deslizábase deliciosa, divirtiéndonos todos delicadamente, como personas bien educadas. Pero he aquí que viene a sentarse junto a nosotros un individuo acompañado de una especie de pellejo.

No le escojas sólo por eso para esposo, encantadora Amelia; es un tirano grosero de la que le entrega su corazón. Su cara es también más pérfida que su careta; por ésta no estés expuesta a equivocarte, porque nada juzgas por ella; ¡pero la otra!... imperfecta discípula de Lavater, crees que debe ser tu clave, y sólo puede ser un pérfido guía que te entrega a su enemigo.

Fue esta dama la condesa Amelia, cuyo retrato quería retirar mi cuñada del lugar que ocupaba en la casa de mi hermano; y su esposo fue Jaime, cuarto conde de Burlesdón y vigésimo-segundo barón Raséndil, inscrito bajo ambos títulos en la «Guía Oficial de los Pares de Inglaterra,» y caballero de la Orden de la Jarretiera.

Por regla general, aparece una vez en cada generación dijo mi hermano. Y lo mismo pasa con la nariz. Rodolfo ha heredado ambas cosas. Que por cierto me gustan mucho dije levantándome y haciendo una reverencia ante el retrato de la condesa Amelia. Mi cuñada lanzó una exclamación de impaciencia. Quisiera que quitases de ahí ese retrato, Roberto dijo. ¡Pero, querida! exclamó mi hermano.

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